#Petare, por Miguel Pizarro
Cuando nombro a Petare usualmente viene sucedido de la frase “es el sitio donde nací y crecí”. Sin embargo, hoy Petare no es el mismo barrio de hace 30 años, mucho ha cambiado desde entonces y los hechos ocurridos en las últimas dos semanas son muestra de ello. Yo nací en Fechas Patrias y la mayor parte de mi infancia la viví en Palo Verde, cada uno queda a un lado de José Félix Ribas, el protagonista de cientos de noticias y mensajes en redes sociales en lo que apenas ha transcurrido del mes de mayo.
Hoy Petare se resume, para muchos, en bandas criminales, armas largas, droga, disparos, terror. Hoy no se habla de las monjas del Fe y Alegría, ni de los profesores que dan su vida en las escuelas de la parroquia; no se habla de las miles de personas que madrugan todos los días para ganarse la vida de forma honrada; ni de las decenas de dirigentes comunitarios y líderes sociales como Chola, Jonathan, Carlos, Betty, Aracelis, Alvis, Gigi, Zulimar que intentan hacerle frente a la tragedia para transformar la realidad de su zona; ni de los comedores infantiles y quienes los hacen posibles.
Los titulares sitúan a Petare en el centro de la violencia. A casi 400 años de su fundación, hoy más que nunca Petare se convirtió en reflejo del país: allí conviven dos realidades, la de quienes a través de la violencia buscan imponerse y la de quienes luchan desde sus espacios por un cambio, por justicia.
Todo resultado de un mismo proceso, de un diseño del Estado que ha hecho al ciudadano indefenso y al concepto de la protección del Estado un eufemismo.
Las bandas criminales llegaron allí y a todos los barrios de Caracas no solo por la ausencia de autoridad, sino por la ambición de poder de un régimen que decidió imponerse a sangre y fuego. Hoy para el petareño las diferencias entre las FAES, el Conas o cualquier otro cuerpo de seguridad y los pranes que manejan las zonas no es mucha, todos son sinónimo de muerte y dolor.
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¿Cuáles son las nuevas excusas del régimen? ¿Qué le dicen a la madre que vio como mataban a su hijo en su propia casa? ¿A quienes deben dormir en el piso por miedo a que les impacte una bala perdida? ¿A quienes viven en la parte alta del barrio y ven helicópteros a metros de su techo como que si fuese una guerra? ¿Qué pueden saber de la frustración y el terror de quienes deben salir de su casa a trabajar para vivir pero no pueden hacerlo porque se impuso un toque de queda? ¿Cuál es la esperanza de quienes ven a su vecino, a un líder comunitario, secuestrado por quienes se supone deben protegerles?
La realidad es que lo que ha sucedido en los últimos días es solo la cúspide de uno de los problemas. Petare tiene tiempo atrás pidiendo ayuda: hoy son las balas, hace unos meses eran los brotes de hepatitis, la tuberculosis, la falta de agua por años, la prostitución por comida, las Operaciones de Liberación del Pueblo. Todas estas cosas evitables, todas prevenibles. Y por desgracia, todas en escalada.
Aun así, somos muchos los que estamos dispuestos a seguir luchando por transformar esta realidad. Sueño con ese día en el que el barrio más grande de Venezuela sea ejemplo de superación; en el que exista igualdad de oportunidades, sin muros que separen la parroquia por clases sociales; ese día en el que sean más los chamos que entran a las escuelas y a los equipos deportivos que los que entran a la cárcel o a la morgue. Ese día en el que nacer en una zona u otra no sea motivo de discriminación, porque el sitio en el que se nace no determina el futuro que se va a tener.
Petare no es solo el circuito al que represento, es el sitio de donde vengo, es mi hogar, es donde está mi familia y también la gente que me abrió la puerta para ser parte de su familia, es un compromiso y un motivo para seguir adelante siempre.
Hoy el clamor de los petareños es uno solo: que no siga lloviendo plomo sobre quienes ya ha llovido suficiente tristeza.