Petróleo es el nombre del juego, por Simón Boccanegra
Alguna gente (muy poca, si nos atenemos a la opinión mundial) cree que oponerse a la invasión de Irak es defender a Saddam Hussein. No. Saddam Hussein es un déspota nauseabundo y la menor de sus culpas no es precisamente la de haber masacrado a la izquierda iraquí, entre otros crímenes, que incluyen hasta los asesinatos de sus propios yernos. El horror que vive el pueblo iraquí, sometido a esa tiranía, está fuera de discusión. Pero las almas pías que quisieran ver muerto a Saddam, ¿se imaginan que todos los dirigentes mundiales, excepto el gorila Sharon, no saben esto y creen que el tipo es la madre Teresa? ¿Por qué será que desde Schroeder hasta Chirac, desde Putin hasta Jiang Zemin, desde la izquierda hasta la derecha en el mundo, están en contra de la aventura que propone Bush? ¿No será porque perciben que no es la paz, ni la democracia ni los derechos humanos del pueblo iraquí lo que desvela a los halcones gringos, sino que los mueve un sórdido interés económico? ¿No será porque perciben que de allí en adelante el juego geopolítico planetario quedará totalmente sesgado?