Pinchavez, por Teodoro Petkoff
Cuando el abuso de poder se vuelve cotidiano y banal podemos hablar de «revolución chavista». Pero, peor aún, cuando el abuso de poder nos deja indiferentes y lo asumimos como componente normal del paisaje político, es obvio que el «proceso» se «profundiza». Es una desgracia, pero es así. Es lo que ocurre, por ejemplo, con las intercepciones telefónicas ilegales, conocidas como «pinchazos», que este gobierno no sólo las realiza sin autorización judicial alguna sino que, encima, tiene la hamponil y cínica ocurrencia de retransmitirlas por el canal del Estado.
En los países democráticos los pinchazos telefónicos sólo son posibles por orden judicial, en el caso de investigaciones policiales que requieran de ese procedimiento para prevenir o resolver casos criminales comunes, jamás en casos políticos. También es posible, no hay que ser demasiado ingenuo, que en esos mismos países democráticos algunas agencias de servicios secretos lleven a cabo escuchas ilegales en casos políticos, pero, desde luego, ni las pregonan ni se jactan de ellas y mucho menos las hacen formar parte del debate político cotidiano, tal como ocurre desvergonzadamente en nuestro país, con el propio Jefe Supremo como papaúpa y promotor de esa vagabundería. El peso de estas escuchas ilegales es tal que basta con tener en mente el reciente escándalo Murdoch en Inglaterra, pese a ser éste un privado. La Constitución venezolana es precisa al respecto en su artículo 48: «Se garantiza el secreto e inviolabilidad de las comunicaciones privadas en todas sus formas. No podrán ser interferidas sino por orden de un tribunal competente…».
Cuando el canal 8 retransmite conversaciones telefónicas pinchadas choca frontalmente con este artículo constitucional, con lo cual comete un delito, pero cuando el propio presidente de la República muestra la falta de vergüenza y de autoestima de hacer públicamente en televisión comentarios burlones sobre alguna de esas grabaciones, tal como lo hiciera el domingo pasado en un programa de TV, estamos ante un personaje que rebaja la presidencia a la altura moral de un burdel de mala muerte. Se coloca a la altura de esa lacra moral despreciable que conduce el programa que Chávez considera como «el mejor de la televisión venezolana».
Podría pensarse que el Presidente hace esto deliberadamente, para provocar, sabe bien que elogia una basura y sin embargo dice esas barbaridades para despertar reacciones de rabia e impotencia en quienes lo oyen. A lo mejor. Otros pensarán que esa es su naturaleza y que cuando se identifica con el cretino de «La Hojilla» o comenta como naturales las grabaciones telefónicas ilegales que su canal transmite, lo que hace es revelar su verdadera naturaleza. Él es así, dicen. A lo mejor, también. Tenemos, los venezolanos, doce años explorando la psiquis de este personaje, pero esto va mucho más allá de ejercicios de psicología o psiquiatría. Chávez ha descoyuntado las instituciones de la República; las ha enfangado y prostituido. No se ha detenido ante ningún escrúpulo de decencia y respeto por sí mismo y por el país. Un mínimo de dignidad nos obliga a no escatimar esfuerzo alguno por salir de este sujeto el año próximo mediante el procedimiento que más le va doler a esa personalidad narcisista: el del rechazo popular expresado democráticamente en votos.