Pinocho: ¿TVes la nariz?, por Laureano Márquez
El martes, en cadena, nos contaron el cuento de Pinocho (¡Qué curioso, qué extraño y qué coincidencia!: ahora se considera digno un canal que pasa comiquitas mientras la gente protesta en las calles). Un Pinocho del siglo XXI, que no tiene que ver con la ideología capitalista con la que Walt Disney nos ha vendido la historia, ya centenaria, de Carlo Collodi. Se trata, en esta versión, de una marioneta endógena que encarna el proceso dialéctico de la sociedad; que no miente, sino que despoja a los hechos de sus contenidos ideológicos, amolda la verdad a cada circunstancia. Así, por ejemplo, según se desprende de la última parte del cuento:
- Estudiante opositor no necesariamente es estudiante.
- Si es estudiante, está manipulado; no tiene convicciones.
- Si tiene convicciones, son las del imperio que, a través de la CIA, compra sus conciencias.
- Si la CIA lo ha comprado, es para usarlo como carne de cañón (terrible afirmación cuando quien la hace es el dueño del cañón) y los padres irresponsables no lo evitan.
- Son numéricamente insignificantes, sólo que los trucos de la manipulación mediática los hacen aparecer como multitudes.
Por otro lado:
- El estudiante oficialista es un ser consciente y crítico.
- Marcha por convicciones. Nada más le mueve.
- Puede llegar a Miraflores, porque es pueblo.
- Son siempre millones.
- Sus padres hacen bien en dejarlos marchar; son jóvenes y deben tener conciencia, no andar vagabundeando como los otros.
Pero además:
- Los actores no sufren: están entrenados para llorar.
- Si la violencia es ejercida desde el oficialismo (incluso con armas) no es violencia, sino legítima defensa y en condiciones de desventaja.
- Cuando un opositor llama a manifestar es un conspirador. Pero si, desde las alturas del poder, se convoca a los partidarios con claros fines de amedrentamiento, es la patria bonita lo que se defiende.
- La imagen del atentado a Juan Pablo II es una invitación al magnicidio.
- Y, por último: No fue cierre, sino vencimiento de la concesión. ¡¿Hasta cuándo se los voy a repetir?!
Todas estas cosas y muchas otras salían de la boca de Pinocho. Nadie se atrevía a decirlo, pero todos notaron que su nariz crecía y crecía. Era ya tan público y notorio que la gente se alejaba cada vez más de él para evitar ser golpeados por ella. No dejaba de ser curioso, por cierto, que mientras ésta más crecía, menor era el olfato. Mientras, Pepe Grillo, “en un canto infinito de paz”, transita dignamente por las calles, gritándole al mundo que en este país todavía hay conciencia y esperanza. Con razón algunos ya han comenzado a llamar a esta multitud de grillos que silban por las calles “la generación del 28”.