Poetizaciones, por Carolina Espada
Twitter: @carolinaespada
Puta.
«Mujer de muchas lunas con olor a soledades…».
Celos.
«Mordisco de hiena que desgarra mis entrañas…».
Risa.
«Remolino de cascabeles en un revolotear de colibrí…».
¿Qué están haciendo?
Estamos jugando a poesía.
¿Cómo?
Tú nos dices una palabra y nosotros la vericueteamos y te hacemos un poema.
Están locos.
Loco: «Lluvia de mandarinas, cascada de serpientes en flor, reloj al revés, eclipse de girasol…».
Están locos de metra.
Metra…
¡Ay, no, ya está! ¿Ustedes no saben lo que es la poesía?
Nosotros, sí. ¿Y tú?
Yo más. Dejé de escribir poesía cuando comencé a leer poesía. A los 7 años escribía poemas terminados en «ción» y, a los 15, me disparé esta ridiculez: «Y entonces, nívea, serena, transparente, remontaré mi vuelo hacia el azul infinito de tu silencio».
Ah, sí es verdad que en aquel entonces estaba de moda el azul. Tú ponías «azul» en un poema y te quedaba redondito.
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Pues yo escribí eso y juré que estaba «coronada de laureles cristalinos, envuelta en un manto de pétalos de coral» (porque lo mío sonaba mucho más lírico e inspirado que: «Treinta días tiene noviembre/ con abril, junio y septiembre»), pero entonces empecé a leer en total desorden y con voracidad a Baudelaire, Safo, Góngora, Rilke, Tzu-yeh, Pérez Bonalde, Mistral, Virgilio, Tennyson, San Juan de la Cruz, Sor Juana Inés, Apollinaire, Lorca, Maiakovski, Huidobro, Quevedo, Ginsberg, Machado, Aquiles Nazoa y a mi favorito: Jacques Prévert (que cada vez que me leo su «Barbara» –en français, bien sûr– me deshago en lágrimas). Entonces entendí que mejor era que buscara otro oficio. La poesía no es cosa de mortales, sino de seres tocados por lo divino.
Ya no. Ahora en vez «Beso» tú dices: «El juramento almibarado de unos labios» o, «Amistad»: «Palma de mi mano, estrellas en la memoria», y te paras en una placita con un cuaderno, un lápiz y cara de intenso, y la gente pasa y te saluda: «¡Epa!, ¿quihubo, Poeta?». Practica y dale para que veas. «Infidelidad»: «Ratas voraces que se sacian con tu amor». Eso es poesía.
Eso es tamaña mamarrachada.
Aterriza, porque los poetas están de moda por todas partes: desde la señora Louise que es Premio Nobel de Literatura y que no hemos podido leer todavía; pasando con una aplanadora por uno que escribe poemaciones en Twitter y que en España le dieron un premio de una bola de euros; hasta los políticos. ¿No has visto que a algunos les han publicado sus poemarios?
Pues los doy por visto. Recuerdo lo que dijo el escritor Ibsen Martínez hace muchos años, algo así que si se hojea una de esas publicaciones, francamente, uno solo se anima a suspender la compra del librito.
Ah, pero Ibsen -nuestro filático favorito, porque hay que ver que siempre escribe tanta palabra rara o rebuscada para exhibir su erudición- está equivocado. A excepción de la señora Louise, que ya veremos, ¡ahora es que se van a vender esos poemarios! ¡Le salió competencia a Paulo Coelho, a quien no hemos leído porque nos lo han contado! Celebremos: tenemos poetas como papelillo.
José Ignacio Cabrujas siempre me decía que aquí le dicen poeta a cualquier trompo fijo.
Será, porque la verdad es que Cabrujas decía grandes vainas… pero para lo que importa. Y si a tí Prévert te hace llorar, pues a nosotros la obra poética de toda esta gente hace que se nos salten las lágrimas, pero de la risa. Emoción es emoción y lo que es igual no es tramposería. No nos reíamos tanto desde “El Oráculo del Guerrero”.
Boris Izaguirre afirmó que ese era un manifiesto gay.
¡¿Y qué?! ¡Walt Whitman era gay y era un tronco de poeta! ¿Algún problema con eso o algo que agregar?
Sí, me gusta cuando callan, porque están como ausentes.
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