Polarizar, el arma silenciosa, por Luis Ernesto Aparicio M.

Tal y como lo hemos comentado en artículos anteriores, son muchos los recursos con los que cuenta el autoritarismo que hoy se levanta en la mayoría de las sociedades libres del mundo. A pesar de ello, resulta difícil detectar estos métodos, ya que suelen percibirse como parte natural de las narrativas construidas alrededor de las diversas ofertas políticas presentadas por los propios líderes y sus equipos.
Pese a las dificultades para identificarlos, existen gestos evidentes que facilitan descifrar las intenciones de los aspirantes a autoritarios. Uno de los más claros es la promoción de la polarización política entre los ciudadanos. Dividir a un país entre «ellos y nosotros» beneficia enormemente a quienes buscan consolidar proyectos autoritarios, incluso cuando estos aún no han sido definidos como tales.
Al analizar cómo los regímenes autoritarios consolidan su poder, queda claro que no se limitan a controlar instituciones o militarizar el Estado. También manipulan el tejido social. Como señala la experta en temas sobre autoritarismo: Anne Applebaum, y señala que una de las estrategias más eficaces del autoritarismo consiste en fomentar y capitalizar la polarización.
En lugar de abordar los problemas de fondo, los autócratas convierten cada debate crucial en un campo de batalla identitario, dividiendo a la sociedad en bandos irreconciliables.
Esa fractura no solo debilita la capacidad de articular consensos democráticos, sino que fortalece el control autoritario: al presentar al adversario como un enemigo existencial, se justifica el uso de la fuerza, el recorte de libertades y la manipulación de la verdad. La polarización, en este sentido, deja de ser un efecto colateral de la política y se transforma en un recurso deliberado para consolidar el poder.
Por ello, cada vez resulta más difícil diferenciar entre el discurso político y la estrategia de control, ya que la confrontación permanente se convierte en un componente central del mecanismo autoritario de supervivencia.
Entre los detalles menos perceptibles para la sociedad y los actores políticos se encuentra el riesgo de que la profundización de la división genere escenarios incontrolables, con efectos negativos sobre la vida cotidiana y la capacidad de ejercer un pensamiento libre. Son numerosos los ejemplos que muestran cómo sociedades que ceden ante la polarización política se convierten no solo en campos de confrontación de ideas, sino en ambientes explotables por quienes buscan consolidar su poder.
Así podemos concretar que cuando la polarización se transforma en arma del poder, deja de ser un fenómeno espontáneo para convertirse en estrategia deliberada.
Los líderes autoritarios utilizan discursos de identidad, miedo y descrédito para dividir. En muchos casos, los ciudadanos aceptan que se limiten libertades o se pisoteen normas democráticas si creen que el líder protege lo que consideran «su gente» o «su nación».
Como advierte Jennifer McCoy, «en sociedades profundamente polarizadas el adversario deja de ser un contendiente político y se convierte en un enemigo moral, merecedor de rechazo total. Esa lógica erosiona el respeto institucional, destruye espacios de diálogo y transforma la democracia en un espectáculo de confrontación moral, más que en una práctica de gobierno y responsabilidad compartida».
Ante este panorama, el desafío no es solo resistir la división, sino aprender a reconocerla como herramienta deliberada de control. Identificar las señales —el discurso que convierte al opositor en enemigo, la narrativa que simplifica la complejidad en un «ellos o nosotros», la exaltación de la confrontación sobre la búsqueda de consensos— es fundamental para proteger la democracia.
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Solo al comprender que la polarización puede ser un arma silenciosa en manos del autoritarismo podremos ejercer un pensamiento crítico que nos permita decidir con libertad, evitando que el verdadero vencedor sea la autocracia y no la ciudadanía.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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