Política, deporte y mentiras; por Teodoro Petkoff
Para el análisis estrictamente deportivo de lo que ocurrió en Beijing ya habrá tiempo y especialistas, pero, por primera vez en nuestra historia deportiva es imposible sustraerse a una consideración política del tema. ¿La razón? Muy sencilla. Chacumbele politizó de modo obsceno nuestra participación en los Juegos Olímpicos. En realidad, más que politizar, confiscó y partidizó la delegación atlética. Esta no fue presentada como lo que debe ser, una selección nacional, con la cual todo venezolano se identifica, sino como una delegación deportiva chavista, resultado de una supuesta «revolución deportiva». Una parte del país, muy a su pesar, no la sintió como propia. Esto explica el ambiguo sentimiento que arropó a algunos compatriotas, que en verdad «ligaron para atrás», y que experimentaron algo así como una decepción cuando Dalia Contreras nos salvó del «zapatero» que finalmente nos fue propinado en la gran competencia mundial. Sin embargo, no se deseaba la derrota de los atletas, se deseaba la derrota de Chávez. No eran los atletas venezolanos de carne y hueso a los que se quería ver como perdedores sino a la imagen que Chacumbele quiere construir del país. No se quería que el gran charlatán ganara indulgencias con el escapulario ajeno de los deportistas. Si contando los pollos antes de que nacieran, el gobierno pudo hacer ese brutal despliegue publicitario que aún, como sangrienta ironía, todavía vemos en TV, puede imaginarse qué habría ocurrido de haberse conquistado cinco o seis medallas. Chacumbele hablando hasta por los codos, en cadenas y más cadenas; Chacumbele retratándose con los atletas; Chacumbele besando y abrazando a las muchachas; Chacumbele metiendo mentiras a granel con los supuestos «éxítos» de la «revolución deportiva»; Chacumbele robándose el show. La sola idea de la avalancha propagandística, embustera y falaz, que nos esperaba hace perfectamente explicable la reacción de quienes no querían pasar por esa ladilla. Por cierto, reacción parecida a la de Chacumbele vociferando su deseo infantiloide de que China le ganara a Estados Unidos. Es la otra cara de la misma moneda de escisión y esquizofrenia en que nos ha sumido el coach del equipo femenino de softbol. Al deporte y sobre todo a las competencias olímpicas siempre se les ha tratado de sacar ventaja política. No nos chupemos el dedo. En particular, los totalitarismos de derecha (Alemania nazi) e izquierda (URSS y todo el bloque soviético, incluida Cuba), hicieron de su formidable desarrollo deportivo un arma propagandística de gran eficacia. Pero, se cubrían las formas; se fingía respeto por el espíritu olímpico. La Unión Soviética siempre dejaba que sus proezas deportivas hablaran por ella. Lo mismo hacía y hace Cuba. Lo acaba de hacer China ahora. No necesitaron de propaganda manipuladora porque en verdad tanto la URSS como Cuba, y ahora China, tuvieron un fantástico desarrollo deportivo, basado en políticas serias y consistentes, sobre el cual se afincaba su desempeño en las Olimpiadas. (Necesitaban ese desarrollo porque de la práctica masiva, extensa y profunda, del deporte se quería hacer no sólo un instrumento propagandístico hacia afuera sino un mecanismo de regimentación política, por un lado, y de compensación simbólica para sociedades que en otras esferas de la vida eran bastante más atrasadas que sus equivalentes de Occidente. Pero esta es harina de otro costal).
En nuestro caso, todo es un globo lleno de aire. No hay tal «revolución deportiva», como no sea haber estatizado el Comité Olímpico Venezolano. No hay ninguna política masiva de formación atlética, base sine qua non del deporte de alta competencia. Todo es una farsa, que el gran ilusionista, voluntarista como siempre, creía que podía sostener en los campos deportivos de Beijing, tal como lo hace aquí, a punta de mentiras y cobas.
Examínese disciplina por disciplina y se comprobará que demasiado hacen nuestros atletas, dada la precariedad de recursos con los cuales cuentan.
Los pocos que descuellan y tienen verdaderas marcas mundiales viven, entrenan y adelantan sus actividades deportivas en otros países. Ninguno es fruto de esa gigantesca mentira que es la tal «revolución deportiva», para la cual la única medalla posible es una de hielo.