Pompeyo, por Simón Boccanegra
Pompeyo Márquez llegó el sábado pasado a la cima de los 85 años. Como los montañistas de los Himalayas, que cuentan sus hazañas por los «ocho miles» cuya cúspide han coronado, Pompeyo llegó a la mitad de los «ochentas» tan vigoroso, tan lúcido y tan activo como cuando este minicronista lo conoció, allá por el año cuando las Fuerzas Armadas comenzaban su dictadura alrededor del general Pérez Jiménez y Pompeyo se preparaba para sumergirse, poquito tiempo después, en la clandestinidad, que duraría casi ocho años.
Contemporáneos suyos de la actividad política deben quedar muy pocos, si es que los hay, que no lo creo. Tal vez Caldera, que ya sube la pared de los «noventas». Es quizás el último político activo de las generaciones a las cuales Venezuela debe la democracia y la sensibilidad social. Por eso las defiende tan fieramente. Porque la vida se le ha ido en el compromiso con la libertad y la justicia. Testigo y actor de su tiempo, que va mucho más allá de lo que casi ningún otro venezolano ha alcanzado a conocer y vivir, este hombre excepcional puede mirar, desde la altura de sus ocho décadas y media, el largo y anchuroso valle de su tránsito por esta tierra y decir, como Neruda, «confieso que he vivido».