Populismo: pan, circo y «mamotretos», por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
En la actualidad es mucho más fácil caracterizar, como diría un insistente amigo de la política, al populismo. Sin embargo, son muy pocos los elementos por los que pudieran identificarse, de allí el empeño de muchos investigadores y analistas para dedicarse, por muchas horas, a estudiar éste nuevo vástago de la política.
Desde muy reducida óptica, más allá de su empeño en construir discursos que entran como melodías a través de los oídos de los desesperados y desencantados por el manejo que muchos le han dado a la política. Su arte es mentir y ofrecer soluciones insólitas que no resisten un análisis general para saber que esa solución es superficial y que por el contrario se convertiría en un gran problema con el tiempo. Pero eso no importa, porque probablemente el populista no estará a cargo cuando eso ocurra.
Así nos paseamos por promesas como hacer naciones nuevamente grandes; construir grandes murallas para contener al enemigo; cárceles grandiosas; envío de barcos de guerra para frenar las invasiones, esas que vienen con el objetivo de arrancarnos las posiciones de trabajo y por ende a sustituirnos: pasando por baños o letrinas a granel –cosa que podría hacer falta para resolver un problema de salud– y por último –y es verdad que lo último– ofrecer la desaparición de ministerios como los de Educación, Salud, Desarrollo Social, sumado a la propuesta de que la seguridad se resuelve armando a todos.
Como ya decía, el punto crítico en el que se encuentra la política tradicional y su desanimo, es que cada vez va engendrando a sujetos capaces de ofrecer cualquier cosa, así sea algo que los seres racionales podrían ver como «locura», pero que suena bien y resuelve, según la visión del desencantado.
Ya algunos de estos populistas se encuentran en la cumbre del poder y uno, más que otro, ha convocado al circo para comenzar la función.
En nuestro hemisferio, el más emblemático es el presidente de El Salvador, Najib Bukele, porque ya otros dos fracasaron en su intento. Es el mandatario referencia en el sueño de los populistas que desean llegar a los gobiernos en sus países, aunque se encumbren en la ola de la anti política circunstancialmente, mientan a conciencia –momento vivido por los venezolanos con Hugo Chávez– y siembren ese gusanito que cargan arrastras: la culpa es de otro.
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El desempeño del populista salvadoreño, está marcado por una secuencia de violaciones a los Derechos Humanos en su política contra las bandas organizadas en ese país, mejor conocidas como «maras». Aunque muchos afirman que Bukele llegó a tener un acuerdo con estos conocidos criminales y que por alguna razón alguien faltó a este, ha decido atacar el problema de la inseguridad de su país a costa de lo que sea.
Como parte de su estrategia, el 27 de marzo de 2022, es decir, hace un año, decretó un estado de excepción y así «frenar» los crímenes de las bandas. En esa situación, el ejército y la policía de El Salvador, salió a controlar los accesos y las calles de las diferentes comunidades, siendo las más de mayor precariedad económica, las más afectadas por ese precepto.
Lo que ha seguido a continuación ha sido parte de la maniobra populista de alto calado. Con frecuencia, la puesta en escena del presidente estaba concebida para el producir el efecto, hasta ahora, logrado: hacer ver que se estaba resolviendo un grave problema de seguridad, sin contar que con esa solución se estaban abriendo otros problemas más peligrosos.
El presidente salvadoreño, ha preferido la vía rápida, esa que tanto gusta: soluciones inmediatas con cerca de sesenta mil personas detenidas, pertenecientes a las «maras» o no y por supuesto encarceladas en una gran «mamotreto» de millones de dólares y que es exhibido por ese funcionario como el mayor logro de su gestión. El plan populista estaba en marcha y además sente que es insuperable.
Con esa paquidérmica estructura, Bukele, se aprecia como el gran héroe. Pero no es que lo estime por si mismo, lo preocupante es que hay miles de salvadoreños que así lo conciben y lo celebran. La función preferida es la que muestra como llevaban a los detenidos, como aquellos antiguos gladiadores o creyentes, al circo, para que lucharan entre sí o fueran devorados por feroces bestias.
Es el inmediatismo de impacto, el que en estos momentos utiliza, como buen populista, Najib Bukele. Producir la sensación urgente, más no importante, de que la vida de los ciudadanos ha cambiado. No importa que sea de forma superficial, porque los problemas de naturaleza bélica y delictiva en ese país requieren de soluciones más profundas que la simple construcción de una gran cárcel y poner en ella a delincuentes o no.
No es el circo, el pan o la construcción de mamotretos que los populistas, de izquierdas y derechas, se empeñan en hacer ver como solución. Los problemas de los ciudadanos se resuelven con verdaderas políticas públicas, con planes y programas basados en realidades y además respetando los derechos de todos.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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