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Por culpa de un pan, por Heisy Mejías



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Por culpa de un pan
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Opinión TalCual | diciembre 5, 2020

Twitter e Instagram: @HeisyVisionaria


El mar está ahí cerquita. Huele a pescado, a muelle, a tierra húmeda. Es Carúpano una ciudad de la costa venezolana. El día ha estado sorpresivamente más caliente de lo normal. Los 34°C de temperatura se derriten en la frente de Luis. Como todos los pescadores tiene la piel tostada y un lomo dorado. Es el macho alfa de su grupo y de su casa. Un espíritu de gorila invade el cuerpo de este hombre. A sus 37 años, sus manos se han vuelto como las de una bestia. Trabaja mucho, incansablemente; madruga, alza peso, lo baja, busca, cuenta, vende y revende.

Es noviembre, se acerca la Navidad. Todos esperan el final de ese año; 2016 pareciera no tener fin. No es una economía de gran ciudad. A duras penas llegan algunas cosas y es que el desabastecimiento se siente más por estos lares. Aquí desde hace meses no se ve un paquete de pañal a precios regulados por el gobierno y la comida escasea. Pareciera que un mal viento se llevó los alimentos, incluyendo al pescado. Todo está caro, muy caro.

El pobre Luis trabaja como un burro, aunque parezca gorila. Es una bestia grande, inmensa, fornida con unos kilos menos desde hace unos meses; así lo ven los niños. Es padrastro de dos menores a quienes califica de “groseros y malcriados”. Le lleva 15 años a Rousmerys. Ella es distinta, tiene una mirada sumisa, temerosa, como la de una perra que comete una infracción. Parió muy joven, Armandito tenía 7 y la niña 5 años. Los acuesta temprano aunque no tengan sueño. Se cena a las 8:00 p. m., cuando se siente suficiente hambre y necesaria saciedad para pasar la noche. En la mañana se comerá lo que se pueda.

*Lea también: La autorrenuncia de Nicolás, por Ángel Monagas

Es miércoles, son las 4:30 a.m. Hay que salir al mar, es tarde para recoger los peces. Luis se despierta con el mismo apetito insaciable desde hace poco más de un año. Tiene ansias de comerse algo sustancioso pero le toca desayunar pan, solo pan. Se despierta medio noctámbulo, va a la cocina y no consigue el alimento. Lo busca en los posibles escondites. Rousmerys pudo haberlo ocultado de los roedores, de las cucarachas, de cualquier animal hambriento, pero no, dejó el pan encima de la nevera. Está accesible a cualquier niño de cinco años que se monte en una silla. Los hermanitos lo planificaron todo. Esperaron que la pareja se durmiera, salieron solapados del cuarto y se dieron instrucciones en sordina –súbete tú– ¡Al fin se acostarían saciados! Devoraron el pan como par de ratoncitos y unas cuantas migas cayeron al suelo. La silla los delató cuando quedó frente a la puerta de la nevera.

La sangre le hierve al lomo dorado, aumenta su frecuencia cardíaca y su respiración se torna agitada. Los ve dormidos en la misma cama. Despierta a la niña de un jalón de pelo, la golpea en el rostro. Ella abre sus ojos asustada. Su hermano escucha los gritos, está realmente aterrorizado. Intenta huir de las manos bestiales del padrastro pero no lo logra. Luis lo atrapa con sus manos y lo golpea incansablemente, le da en el rostro, en las costillas, en el estómago –¡Vas a vomitar el pan, lambucio!– La niña llora también, ambos miran los mismos ojos iracundos y asesinos. La piel se les adormece de pronto y los golpes ya no se sienten. Armando y Danielita están inconscientes. Se siguen escuchado los sonidos de los golpes. La mamá no sabe qué hacer.

Espera que se pase la rabieta del marido pero éste no descansa. Tiene la mirada roja, como endemoniada. Ella no se mete, no defiende a nadie. Se queda silente en una esquina, mirando la televisión.

No es la primera vez que los niños se portan mal. ¡Se lo merecen! Nadie los manda a comerse el desayuno de todos. ¡Bien hecho! ¡Bien merecido! Así se manda en una casa. A la media hora del suceso, cuando todo está en silencio, se levanta de su letargo para hablar con los hijos pero éstos no pueden oírla ya.

Heisy Mejías es Secretaria Juvenil de Unidad Visión Venezuela

[email protected]

www.unidadvisionvenezuela.com.ve

 

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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