Por la nación, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
En el proceso de hacernos una opinión y decidir si defendemos una causa —y de qué manera la defenderíamos— siempre miramos nuestro pasado reciente. No siempre miramos la historia porque es agridulce y confusa, pero nuestro pasado personal, sí.
Recordamos a quienes hemos dado apoyo más o menos entusiasta, recordamos a quienes nos han decepcionado. La decepción, ya se sabe, es directamente proporcional a la expectativa incumplida. Lo que no se sabe tanto, es que la decepción tiene consecuencias más complejas en la medida en que la expectativa frustrada haya sido más personal. Lo que no se sabe tanto, es que la decepción se convierte en resentimiento y que, en personas que no han formado su carácter, el resentimiento se convierte en sed de venganza y en manifestaciones de odio.
Aquí comparto con usted tres momentos que han dado forma a mi opinión y han determinado qué causa defiendo y cómo la defiendo. Seguro que hay más, pero creo que estos bastarán para que en usted surjan los suyos, ajuste o reafirme su opinión y revise qué defiende y cómo lo hará.
Como todos los conceptos que tienen que ver con la política, los de republicanismo y democracia han sido muy manipulados. No hay vacuna que nos libre de eso, pero con un poco de buena voluntad, cualquiera puede rescatar, de entre las ideas que acompañan a esos conceptos, aquellas que han permanecido casi invariables en el tiempo.
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Recuerdo el momento en que me sentí abrumada por una seguidilla de sofistas de oficio que defendían la instauración de una «dictadura benévola», amparados en una grosera manipulación de las nociones republicanas. Entonces pensé que, habiendo nacido durante una monarquía o por sus implicaciones, cualquiera entendería que la búsqueda de la alternancia en el ejercicio del poder fue el primero y verdadero motor de la Revolución francesa.
Para maridar los principios republicanos con los de la democracia moderna, me comprometí a defender reglas que ayudaran a que cualquiera que nos gobernara tuviera «el menor poder posible, por el menor tiempo posible y con los mayores controles posibles».
Confío en que, con este postulado, se entienda que mi causa es evitar más autócratas o tiranos, impulsando el control recíproco de los poderes públicos independientes, lo que, según me parece, es el segundo principio que ha permanecido invariable en el republicanismo.
El año 2016 luce lejano. Pero no tanto el recuerdo del día en que, del entorno de un emblemático preso político, nos dijeron que nadie estaba más preso que él. Reaccioné con dolor: «Nadie tiene más tiempo preso, nadie ha sido más torturado, nadie está más enfermo ni más hambriento que la nación». No imaginaba que ese dolor sólo crecería con el tiempo, pero no tardé en darme cuenta de que esa ha sido mi declaración más política considerando que sólo soy, del pueblo, una ciudadana.
El tercer recuerdo que quiero compartir con usted es de 2017. Durante los diálogos de República Dominicana, uno de los temas claves fue la realización de «elecciones libres y justas». Vi con espanto que, en las primeras de cambio, los medios lo reseñaron desde la desinformación de sus propios periodistas. La mayoría lo refería con sorna o desinterés.
No, aquello de «libres y justas» no era producto de la cursilería de un político. Existe como un estricto baremo internacional y vi que era imprescindible que todos lo leyéramos para entender, apoyar y aplaudir la pretensión. Así que desde entonces difundí, una y otra vez, por los poquísimos medios a mi alcance, la lista de casi tres docenas de condiciones que han de cumplirse para que los pueblos tengamos un proceso de «elecciones libres y justas». Pero desde ese momento de 2017 hasta hoy, se han dado dos procesos electorales, y se está convocando a un tercero, que no califican como «elecciones libres y justas».
Así he formado mi opinión para defender una causa y lo hago pacífica y constitucionalmente: «elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas».
Cada vez que pido «elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas», estoy pidiendo por mi pueblo con hambre, por el que no puede comprar sus medicinas, por todos los presos políticos, por todos los que han sido víctimas de violaciones de los derechos humanos.
También estoy pidiendo por principios republicanos y democráticos, pues pido la alternancia en el ejercicio del poder y pido que la forma de alternancia sea electoral, con elecciones ajustadas al estándar internacional que recogió la Unión Interparlamentaria en 1994, del que Venezuela es firmante.
Y también estoy pidiendo por la paz social que sólo se consigue cuando los hombres y mujeres que aspiran al poder disponen de reglas claras para acceder a él y cuando el pueblo puede confiar en que lo cederán llegado el momento. Pido por la paz y la autodeterminación del pueblo de Venezuela, pido por la Constitución vigente, pido por la nación.
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