Por qué Chávez quiere privatizar Citgo, por Teodoro Petkoff
Vender Citgo, con sus 15 mil estaciones de servicio, sus miles de kilómetros de oleoductos y sus nueve refinerías –todo eso en Estados Unidoses vender una parte de Pdvsa. En estricto sentido significa PRIVATIZAR una parte de Pdvsa. Cuando la privatización de Citgo es propuesta por un gobierno que ha hecho del discurso anti-privatizador uno de los ejes de su conducta política, entonces hay razones para formular una pregunta: ¿Por qué el gobierno de Chávez quiere privatizar a Citgo.
La privatización bien entendida es un asunto de pragmatismo. Si una empresa pública está mal administrada y produce pérdidas que el fisco se encarga de enjugar; si está sobrecargada de personal producto del clientelismo partidista; si la corrupción la gangrena y ésta es incurable y si, encima, no es una pieza clave de la política económica y fiscal del país, entonces privatizarla es una decisión de sentido común. De lo único que hay que preocuparse es de que la privatización sea bien hecha, de modo diáfano, sin chanchullos, en subastas públicas y abiertas a postores de suficiente calificación y solvencia.
Pero, la privatización de Pdvsa, ni entera ni por partes, sería aconsejable, ni siquiera si se implementara impecablemente. Ninguna de las razones que dan para ello se le puede aplicar -sin hablar de las atinentes a la estrategia económica del Estado y hasta de las que tienen que ver con ese intangible que es el espíritu de la nación.
En el caso de Citgo, que es parte de Pdvsa, se da, además, la circunstancia de que esa empresa se ocupa del lomito del negocio petrolero, que es el procesamiento del crudo aguas abajo. Un barril de gasolina vale varias veces más que un barril de petróleo. La empresa es rentable (de hecho, el año pasado produjo 1.189 millones de dólares en ganancias operacionales). Se entiende porque hay compradores.
¿Por qué la empresa estatal rusa Lukoil, por ejemplo, querría comprar un negocio al cual no le viera perspectivas?
Constituye, además, un activo localizado en el territorio del mayor mercado petrolero del mundo, lo cual, obviamente, es una ventaja. La inversión en Citgo tiene que ser evaluada, pues, desde la perspectiva de un horizonte de largo plazo, un horizonte de décadas, que es el del negocio petrolero. Un horizonte no sólo económico, por cierto, sino también político.
Ahora bien, si económicamente no existen razones suficientes para vender Citgo, ¿las hay políticas?
Los venezolanos tenemos derecho a saber si la privatización de Citgo obedece a alguna razón política, sobre todo en estos tiempos en los cuales las relaciones con Estados Unidos atraviesan por un período de turbulencia.
¿Chávez tiene una carta escondida en la manga? Si, como dice la consigna, “ahora Pdvsa es del pueblo”, Citgo también lo es. ¿No tiene derecho el dueño de la empresa a saber por qué el administrador la quiere vender sin siquiera preguntarle? Pero, por lo pronto se divisa una razón fiscal: Citgo puede costar entre 10 y 12 mil millones de dólares. Para un gobierno bulímico, al cual ni siquiera un barril a cien dólares le alcanzará dentro de poco, porque el gasto público crece en forma geométrica, una “mascada” de ese tamaño no le vendría nada mal. O sea, se privatizaría Citgo por el peor y menos aceptable de los motivos: el fiscal -mejor dicho, el del derroche.