Problemas de calibración, por Aglaya Kinzbruner
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«El bien se hace, no se dice». Eso decía Gino Bartali (1914 – 2000), ciclista ganador de tres veces el Giro de Italia, 1936, 1937, 1946 y dos veces el Tour de France, 1938 y 1948. Al ganar el tour de 1938, il Duce, le había pedido que le dedicase al partido fascista y a él en particular esa victoria. Quería demostrar que también en Italia había iconos, ejemplos de una raza superior.
Sin embargo, toda esa fantasía enfermiza, no había cuajado en Italia. El mismo Freud en una ocasión que le llevaron el pequeño Adolf, su padre Alois, quien lo abusaba siempre, había dicho que terminaría mal. «¡Qué pena – dijo Gino Bartali, acabo de dedicarlo a la Virgen María!»
Fue el Cardenal de Florencia, Elía Dalla Costa quien le pidió ayuda a Gino Bartali, siendo él el único que podía trasladarse sin ningún impedimento entre los distintos centros donde operaba la DELASEM (Delegación de Asistencia a Emigrantes Judíos). Resulta que después de agosto de 1943 cuando el rey de Italia depuso a Mussolini y anuló el estatus de aliados con Alemania, fue cuando empezó la verdadera persecución de los hebreos.
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Esta se desató con furia ya que hace tiempo Hitler estaba molesto por la ligereza con la cual los italianos se tomaban las leyes raciales. Por otro lado, los italianos no entendían como estos supuestos aliados se llevaban con camiones comida y obras de arte. Bartali, en silencio, nadie en vida de él, nunca supo su secreto, puso manos a la obra.
La red que se había formado operaba entre Florencia, Lucca, Asís y Génova y formaba parte de una organización creada por Giorgio Nissim, apoyado por varios arzobispos, conventos, monjas de clausura y la formación de padres adoptivos que financiaban y ofrecían refugio y correspondencia afectiva a los fugitivos que eran en su mayoría niños.
La clave de todo era la bicicleta de Bartali. Bajo el sillín llevaba las fotos. En el cuadro de la bici los tres tubos fueron vaciados y adaptados como portaplanos. ¡Por algo Gino, cuando pequeño, había trabajado en un taller de bicicletas! ¡La suya fue la primera bicicleta de cuatro velocidades! A la ida los portaplanos llevaban la información que luego en Asís, situada en las colinas de Umbria, el adorado pueblo de San Francisco de Asís, el santo que hablaba con los lobos, sería modificada en documentos aparentemente legales que junto con sus nuevos dueños sería enviada «exprés» hacia la bota italiana que ya estaba en poder de los aliados.
Bartali se mandó a hacer una camiseta que llevaba su nombre para ser detenido con menos frecuencia y siempre decía cuando le preguntaban qué estaba haciendo, que estaba entrenando. Una vez se las vio bastante mal cuando lo detuvo la policía secreta fascista que lo mandó bajarse de la bicicleta para «examinarla». «¡No la toquen! – gritó Bartali – está calibrada con muchísimo cuidado – cualquier cambio sería fatal y no podré ganar más competencias». Si él no hubiese sido el icono que era no le hubiesen hecho el menor caso.
Y así siguió su periplo por dos años y haciendo ¡lo imposible! a veces hasta 400 kilómetros en un día. Muchos años más tarde ya en el dos mil y tanto fueron los hijos de Nissim quienes encontraron en un viejo baúl los cuadernos de su padre con toda la historia completa, los nombres verdaderos de los niños, los nombres supuestos, todo el secreto de Bartali, celosamente guardado por un hombre discreto.
Tanta historia, así somos los cronistas, para decir que nuestra boleta electoral, el Tarjetón, sufre de mala calibración, ¡tanta barajita repetida, y alacranes por doquier! ¡Haría falta una máquina de calibrar, real o metafísica que, de algún modo, cese el aire de guerra que se respira!
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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