Prohibido suicidarse en primavera, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
Desde la rueda de prensa del martes —en la que un grupo de figuras de importantes partidos de oposición anunciaron que participarían en las votaciones de noviembre— he recordado mucho la obra de teatro de Alejandro Casona.
Se me ocurre que alguno de sus personajes bien pudiera representar a los políticos que han tomado la decisión de lanzarse al lago, justo en el momento más inoportuno. Resulta que tres días antes de que se diera la primera ronda formal de negociaciones en México, tiraron la toalla aquellos a los que les había parecido bien, en 2018, la huelga electoral —por una serie de razones que terminaron convenciéndome— pero no en 2021, aunque las razones no hayan desaparecido.
Confieso que me preocupé mucho. Me parecía una situación tan extemporánea como la foto que se tomó la directiva de Fedecámaras antes de empezar aquel diálogo con la dictadura que no cumplió con los objetivos que anunciaron. A menos que lo que negociaran fuera la apertura de un montón de casinos.
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Pero en mi preocupación, publiqué tres preguntas directas para los militantes de los partidos que consideré que habían claudicado en la lucha: 1. ¿Cómo nos acercaría la democracia a participar en las votaciones del 21 de noviembre? 2. En vista de que habían aceptado participar sin garantías, ¿cómo harían valer su triunfo, si lo hubiera? y 3. De ganar y que lograran tomar posesión, ¿cómo afrontarían que anularan sus atribuciones, ya fuera por indebida judicialización o por la imposición de figuras investidas de un poder que no les corresponde por ley?
Obtuve pocas y pobres respuestas. La mayoría, llenas de consignas vacías y adjetivadas para que los despistados las den por buenas, ya se sabe que lo que se dice con firmeza será mejor aceptado por las mentes más débiles. Pero me quiero detener y agradecer en quienes hicieron sincero ejercicio y resumir lo que me hicieron reflexionar y concluir.
No, no toda elección nos acerca a una democracia. En todo caso, la de noviembre nos aleja si sirve para que la dictadura pueda decirle a la comunidad internacional —la misma que tiene el control sobre las sanciones que tanto le desesperan— que han demostrado que en Venezuela hay democracia en pleno funcionamiento y que, por lo tanto, el único paso coherente que pueden dar es levantarles las sanciones.
Hubo quien consideró que podrían hacer valer su triunfo con la tríada organización, movilización y ratificación. Un argumento que me pareció inocente y por el cual pregunté seriamente con respecto a Capriles en 2013 y con sarcasmo con respecto a Falcón en 2018. No, hacer valer el triunfo en la mitad de una dictadura no se logra así.
Descartando lo de apelar a la preeminencia moral del legítimo, hubo quien me dijo que afrontarían que les conculcaran atribuciones en la calle. Como si no hubiéramos visto ya esos escenarios. A las calle fuimos a eso mismo en 2017 después de más de medio centenar de sentencias írritas salidas de Dos Pilitas y sólo contamos presos y muertos.
Alguien mencionó que era necesario ir a las votaciones de noviembre para luego pedir el revocatorio. Me parece que alguien los ha taimado de manera infame. La verdad fundamental es que una cosa no tiene que ver con la otra. La siguiente verdad es que sobre revocatorios fallidos también tenemos experiencia.
Otro comentó que las votaciones de noviembre les permiten «aceitar» la maquinaria y cuantificar el rechazo. Este es un argumento lógico y cierto. Para los partidos, además, una elección implica reclutar testigos y adiestrarlos y sería una buena manera de averiguar si logran tener tantos como los que se necesitarían en la totalidad de las mesas.
Pero cualquier elección es buena para ejercitar la movilización electoral, empezando por unas primarias internas que es lo que corresponde y, para cuantificar el rechazo, es más barato que contraten a una encuestadora que sea «medianamente» creíble. En todo caso, la relación entre el costo y beneficio de esta opción grita que están usando al pueblo en vez de luchando por su libertad.
Alguno dijo que había que ejercer la ciudadanía aunque fuera para votar nulo. Muy desinformado, para mi tristeza. En primer lugar, porque el ejercicio de la ciudadanía no se define por el sufragio. En segundo, porque precisamente votar nulo es el único voto que todos podemos asegurar y demostrar que no es secreto y que, por lo tanto, viola descaradamente el artículo 63 de la Constitución nacional y el artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Para quien quiera votar nulo, la mejor opción que le mantendrá a salvo es no ir a votar.
Alguien más consideró que votar «nos sacará del sopor en el que estamos como sociedad». Una cosa es que la sociedad esté adormecida y otra resignada políticamente mientras se dedica activamente a su supervivencia económica. Si está resignada y decepcionada de sus líderes —porque los juzgó con criterios de propios de la gerencia en vez de criterios propio de la política— seguramente las votaciones no la sacarán de ese estado. Es más, encontrará que la abstención es la mejor manera de mostrarles su rechazo.
Que algunos países vean bien que esto haya sucedido, me preocupa porque ha sucedido antes —por favor, entiéndase, antes— de tener unas garantías que se empiezan a discutir justo el viernes 3 de septiembre, mientras escribo estas líneas que usted leerá el sábado 4. Y con esto respondo a quien me dijo que la participación no es un hecho aislado porque forma parte de una estrategia más amplia. La estrategia más amplia aún no ha obtenido resultados de modo que están entregándose antes de dar la cara. Que alguien asegure ahora que los eventuales triunfos no serán anulados, traspasa los límites de la cordura. Nadie puede apostar a eso hasta que las negociaciones dejen de ser un memorándum de entendimiento y pasen a ser un acuerdo con garantías firmado por todos.
Como ven, no hubo un argumento que me convenciera, como ciudadana, para ir a votar. Pero estamos en negociaciones, es primavera. Cuando las negociaciones lleguen a algo, lo volveré a considerar.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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