Propósito de enmienda, por Teodoro Petkoff
¡Qué raro! La presidenta del TSJ, Luisa Estella Morales que, por cierto, votó No el 2D, se autoenmendó y ahora encuentra absolutamente constitucional la proposición de enmienda. ¿Quién lo hubiera creído? Tan seria que se ve la doña. Probablemente quienes adversamos ese proyecto somos los equivocados, porque tamaña lumbrera del Derecho, cuya fama trasciende las fronteras, no puede ser la que está errando. Pero, así son las cosas. La presidenta del TSJ, desmoñándose para adelantar su opinión antes de que otro adulante le coleara la parada, santificó jurídicamente el propósito de Su Alteza de permanecer en el poder a perpetuidad.
Pensará la magistrada que ese templón, quién quita, podría asegurarle su propia reelección indefinida.
Por su parte, Chacumbele también ha venido argumentando a favor de su desinteresada propuesta de gobernarnos para siempre. En un alarde politológico hizo saber que en Europa hay primeros ministros que son reelegidos una y otra vez y nadie protesta. No vamos a decir que Su Alteza dijo eso por ignorancia, porque no es así. Él conoce perfectamente la diferencia entre el régimen presidencialista y el parlamentario, pero juega con la ignorancia que atribuye a sus compatriotas en estas cuestiones.
En el régimen parlamentario, el Jefe del Estado, ya sea Presidente de la República o Rey, designa Primer Ministro o Jefe de Gobierno por lo general al líder del partido ganador de las elecciones. Si un mismo partido gana varias veces consecutivas las elecciones, podría darse que un mismo dirigente sea designado Primer Ministro varias veces, pero si en ese partido cambia el liderazgo, la designación recaerá en el nuevo líder.
Incluso el partido ganador podría proponer al Jefe del Estado un nombre diferente al de su principal dirigente.
No hay, pues, reelección popular indefinida de una misma persona. En el régimen parlamentario la jefatura del Gobierno depende tanto de la correlación de fuerzas en el Parlamento como en la del partido gobernante.
No hay manera de que una misma persona se perpetúe en el poder.
En el régimen presidencialista la jefatura del Estado y la del Gobierno se confunden en una misma persona y los peligros antidemocráticos que El Libertador diagnosticó con tanta precisión, al rechazar la posibilidad de un mando perpetuo, de que una misma persona «se acostumbre a mandar» y el pueblo «se acostumbre a obedecer», son tan propios del presidencialismo (y más en un continente con tradición de caudillos) que no es por casualidad que en ninguno de nuestros países (también con tradición de dictaduras) se permite más de una reelección e incluso ninguna.
En Estados Unidos, sociedad no dada al caudillismo, los peligros de éste fueron tan evidentes con las cuatro presidencias consecutivas de Franklin Delano Roosevelt, que en 1951 enmendaron la Constitución para limitar a una sola la reelección del Presidente.
En nuestro caso, a un personaje que ha mostrado un talante tan autoritario como Chávez, tan despreciativo de las leyes y de la Constitución y con un poder institucional, militar y civil, tan grande, concentrado en sus manos, sería peligrosísimo darle un cheque en blanco para la reelección indefinida.