Pueblo bravo, por Teodoro Petkoff
Si alguna prueba existe de la abismal diferencia entre las dos marchas del sábado pasado, la enorme, del multitudinario y variado universo opositor, y la escuálida, pobrísima, del oficialismo monocolor, la proporcionan las palabras del minpopopa’ todo, Diosdado Cabello. La rabia desbordante que lo embargaba, ante el visible contraste, se tradujo en un nuevo maratón de amenazas más cierre de emisoras de radio, más medidas administrativas contra Globovisión y en la afirmación pueril de que «el centro de la ciudad es de nosotros». Baja la aprobación popular, sube la represión. A medida que el gobierno va perdiendo la calle, va aumentando su propensión represiva. Es lo que le está quedando. En las dos últimas semanas, la «competencia» de masas ha sido claramente desfavorable para el oficialismo. Por eso Cabello estaba tan fuera de sus cabales.
Tampoco es el oficialismo quien pone la agenda. La oposición está comenzando a ganar la iniciativa. Ahora es el gobierno quien responde al contragolpe, y, además, loqueando. Primero aparecen dos voceros anunciando que no habrá «contramarcha» y luego, desmintiéndose a sí mismos, la convocan a toda carrera. Ya la vez pasada habían organizado unos ridículos actos «culturales» en el centro, mientras el coronel Benavides libraba la batalla de la CANTV.
El antiguo fervor, la masiva «bajada» de los cerros caraqueños, para atender convocatorias que no necesitaban más que un chasquido de los dedos, se van apagando cada vez más velozmente. Ahora, lo que va subiendo cerro arriba, lo que serpentea por las barriadas populares en todas las grandes zonas urbanas del país, es la decepción, el desencanto, la incertidumbre, la convicción de que la «revolución» no es sino un fuego fatuo, una emoción, a la larga insustancial, que no sobrevive alimentada sólo por promesas huecas a falta de buen gobierno. No había sino que ver la marcha del sábado pasado para apreciar hacia que lado se está inclinando la balanza popular. Además, el «efecto Chávez» también se está disipando en el planeta. ¿Al mandatario de cuál país le convocan una protesta internacional? En el pasado reciente, sólo a Bush. ¡Qué compañía! El carisma, cuando se gasta, se pierde para siempre. Es un recurso no renovable.
El punto es que la represión no puede sustituir el favor popular que se evapora. La represión es una culebra que se muerde la cola. Nunca se ha visto que ella le aumente la popularidad a ningún régimen. Menos aún cuando el pueblo que la sufre no está acobardado. Al contrario, es gasolina para la candela de su rebeldía. Los «triunfos» de la represión, si es que se pueden denominar así, son volátiles, no se sostienen.
Menos aún si las fuerzas opositoras mantienen el control sobre sus actos y no dejan espacio para provocaciones arteras, que tiendan la cama a la brutalidad oficial. Un comportamiento asertivo de la oposición puede marcar la agenda del futuro inmediato.