Puro aguaje, por Teodoro Petkoff
El resultado del proceso de reparos produce reacomodos cualitativos en ambos sectores. En el oficialista, apartando los cambios organizativos que comienzan por sacar del juego a esos que no en balde Chávez en alguna ocasión denominó «inútiles» reunidos en el Comando Ayacucho, el más importante atañe a la moral de los partidarios. Chávez está tan consciente de cuán averiada puede estar ésta que sus últimos esfuerzos retóricos, en especial el discurso del jueves en la noche y el de ayer, estuvieron dirigidos a inyectar adrenalina a unos activistas cuya energía se sostenía sobre el mito de la invencibilidad del líder. El tono de los discursos y su contenido estuvieron dirigidos a convencer a sus oyentes de que lo que a primera vista lucía como una derrota era, en verdad, una gran victoria. Puro caldo de sustancia.
En el otro lado, el derrumbe del mito tiene efectos francamente moralizadores. El pueblo opositor probó, por primera vez, el sabor del triunfo. El chavismo había rodeado de tanto dramatismo el RR, lo hizo lucir tan de vida o muerte, que haberle arrancado su convocatoria adquiere la dimensión de una hazaña. Y ciertamente, lo ha sido, porque fue preciso vencer todo el peso del Estado, aplicado implacablemente sobre los firmantes y posteriormente sobre los reparantes. El caso de los «excluidos» es revelador. No llegaron a los 100 mil, contra la cifra de 300 mil que anunciaba el «comando serrucho» como lo denominan en los bajos fondos del chavismo, pero no tanto porque la mayoría de los chantajeables resistió el llamado a «arrepentirse» sino porque ya había cedido a las presiones y se abstuvo de firmar. Por las condiciones que presidieron todo el proceso, dos millones y medio de firmas válidas hablan de un potencial mucho mayor de futuros votantes.
Activado el RR, ya se ha desencadenado la campaña electoral. Lógicamente, estos próximos dos meses pueden ser muy calientes. Sin embargo, aunque el RR nos divide y confronta, también debería ser visto como una oportunidad para moderar antagonismos aparentemente irreconciliables. Esto no es la guerra del fin del mundo. Entre los opositores y entre los partidarios del gobierno hay cansancio y hastío de la diatriba permanente y existen suficientes evidencias empíricas de que la mayoría de la gente sencilla, de esa que no forma parte del activismo, en ninguno de los dos costados, desea restablecer un clima de convivencia.
Contactos entre la oposición y el oficialismo, para regularizar la confrontación y aislar a los ultras de cada lado, son posibles y saludables. El modo como entre la CD y la mayoría del CNE se pudo discutir y diseñar el reglamento para los reparos constituye una evidencia de que hablando se entiende la gente, sin que nadie renuncie a sus posiciones de principios. La normativa para el RR puede ser igualmente establecida mediante el diálogo. El país agradecería mucho una señal de que la campaña para el RR no va ser un brutal choque de trenes sino esa competencia civilizada a la cual nos acostumbró medio siglo de procesos electorales.