¡Qué bolas!, por Teodoro Petkoff
Alguno de los cagatintas del gobierno, bachiller Mujiquita de nuevo cuño, tratando de minimizar los sucesos del jueves y viernes pasado, decía que tales cosas ocurren en todas partes (daba los ejemplos de Seattle, Génova y Davos) y que por ello nadie ponía el grito en el cielo. No, no es cierto que tales cosas ocurran en todas partes; en ninguna parte son el gobierno o sus partidarios quienes promueven la violencia callejera. Eso sólo sucede en la Venezuela chavista. Aquí no estamos en presencia de la típica movilización de masas, de las manifestaciones populares de uno u otro signo, sino de la operación organizada de pequeños grupos de activistas armados, dirigida a sembrar el terror. Se trata de actos en esencia terroristas, cuya intención es la de intimidar no sólo al TSJ sino a la población en general. Se pretende crear un clima de temor evidenciando, con un cinismo sobrecogedor, que la calle, perdida para el gobierno, va a ser negada a plomo a los opositores por cuerpos paramilitares y parapoliciales que ocultan sus caras pero no su organización.
Altos funcionarios del gobierno y algunos parlamentarios oficialistas, antes del ritual saludo a la bandera, condenando de boquilla los actos brutales de sus comandos, los han justificado con la desvergonzada coartada de que «el pueblo» está molesto con la decisión del Tribunal Supremo en el antejuicio a los militares. Mentira podrida. «El pueblo» no es el grupo de encapuchados que en las inmediaciones de Miraflores establece «alcabalas» impunemente, en las propias narices de la Guardia Presidencial; «el pueblo» no es el grupo de facinerosos que atacó a la Alcaldía Metropolitana y a algunas prefecturas; «el pueblo» no es el comando de francotiradores que con armas de guerra disparó contra la policía y contra la ciudadanía, hiriendo a nueve personas, entre ellas un agente que se encontraba protegido por el blindaje de la ballena.
En uno de sus proverbiales galimatías, Chávez acusó a la PM de atacar a grupos que denominó «provocadores» y «anárquicos» que protestaban el «atropello de la policía». ¡Qué bolas! Según esta «lógica» grupos «provocadores y anárquicos» toman el centro de la ciudad, provocan un caos y la policía, cuyo rol es precisamente el de reprimir este tipo de acciones y que ha actuado hasta ahora con suma prudencia, es la culpable. Por supuesto, en perfecta coordinación con el libreto oficial, la aparición de la GN terminó como por encanto con los desórdenes. Rangel estrecha la mano de los guardias. Desde el miércoles pasado está en marcha este procedimiento goebbeliano de repetir mil veces una mentira hasta que ella sea tomada por verdad. El gobierno suelta a sus fieras y luego, en perfecta sincronización, todos los altos funcionarios emiten declaraciones culpando a la PM de los hechos. ¿Creen Chávez y sus acólitos que somos cogidos a lazo? ¡Basta de cinismo, carajo!.