¡Qué peo es este!, por Teodoro Petkoff
Observando el atajaperros que se ha armado en el MVR durante sus elecciones internas no se puede sino llegar a la conclusión de que hasta en la renovación del concepto de partido político la “revolución” de Chávez ha sido un fraude. En lugar de modernizar y democratizarlo, el MVR ha mantenido todos los vicios y defectos de los partidos tradicionales, pero sin ninguna de las virtudes que en su momento aquellos pudieron exhibir.
El MVR se conformó en la etapa terminal de la decadencia de los partidos venezolanos y en lugar de significar una reacción contra el modelo de ellos, lo asumió plenamente, extremando, además, sus características antidemocráticas.
Pasaron cinco años para que en el MVR sus militantes pudieran ejercer el derecho a elegir a sus dirigentes, porque durante todo ese lapso los denunciantes de las “cúpulas podridas” conformaron la cúpula más arrecha que ha tenido partido venezolano alguno. Y aún así, ese derecho ha sido restringido para la elección de sólo un tercio de los delegados que deben, a su vez, elegir a la dirección nacional, porque los dos tercios restantes ya están “elegidos” :
son los integrantes del aparato partidista.
Ningún cogollo partidista venezolano ha tenido el poder del cogollo emeverreco, que en algunas situaciones ha sido prácticamente unipersonal, pues ha tocado al Jefe, Chávez, pronunciar la última palabra e, incluso, designar a dedo dirigentes a distintos niveles. Ha vivido, pues, el MVR, bajo el sino de todos los partidos estructurados sobre las pautas del modelo adeco (que es el del partido bolchevique de Lenin). Son partidos verticales, con el poder interno concentrado en el cogollo y en el todopoderoso Secretario General, supuestamente monolíticos y ajenos a corrientes internas, sometidos al régimen del inefable “centralismo democrático” (que no es otra cosa que una ficción de democracia porque su funcionamiento es típicamente militar: los de abajo deben obedecer a los de arriba).
Este modelo de partido funciona bien como aparato de combate contra una autocracia (y para eso lo inventó Lenin), pero es incompatible con una sociedad democrática y abierta. Las contradicciones de ésta, las elecciones como mecanismo de legitimación del poder, la libertad de expresión, erosionan (como lo hicieron con los partidos tradicionales) los cimientos del modelo. El monolitismo es sustituido por corrientes y tendencias internas (cuya existencia se niega insistentemente, y que en el MVR son hoy, como era previsible, las de “militaristas” y “civilistas” ), el cogollo y el Secretario General son desafiados por la base que quiere participar en la toma de decisiones (de hecho, este proceso interno del MVR, chucuto como es, se produce, sin embargo, como una reacción de la base frente al cogollo), desaparece en la práctica la obediencia de las instancias inferiores a las superiores y todo se ventila en los medios (pero de manera frecuentemente perversa, con chismes y golpes bajos). El “centralismo democrático” se va al carajo. No puede ser de otra manera, pero cuando esa contradicción se quiere resolver por la vía de la “disciplina”, el partido estalla.
Bueno, ahí tenemos al MVR. Son los mismos líos que vimos en los partidos tradicionales hasta 1998.
¿Cuántas veces se dividió AD? En ese espejo se mira hoy el MVR.