Qué solos se quedan los muertos, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
El sentimiento o actitud de los venezolanos ante la muerte ajena, especialmente en el mundo político, puede dividirse en dos tiempos: antes y después de 1999. Recuerdo haber asistido, al igual que otros parlamentarios y dirigentes de distintos partidos, al sepelio de Cruz Villegas, dirigente sindical comunista, padre de Mario, Vladimir y Ernesto, los más conocidos de sus hijos. Cuando murió la madre de Diego Arria, en el velorio estaban desde el presidente de la república Luis Herrera Campíns y sus ministros hasta el liderazgo de todas las organizaciones políticas. Le oí decir a un periodista argentino allí presente que un suceso como ese jamás habría ocurrido en su país. Agregaba que Ricardo Balbín, líder del Partido Radical y Juan Domingo Perón, su principal oponente, jamás se habían encontrado.
Tuvimos que sospechar lo que significaba la muerte ajena para el chavismo desde la tragedia del deslave en el estado Vargas, en diciembre 1999. El odio antimperialista privó sobre la posibilidad de salvar muchas vidas. Fue cuando Hugo Chávez rechazó la ayuda de los Estados Unidos. Pero antes de eso, el referéndum para aprobar la nueva Constitución tuvo prioridad sobre la atención oportuna a las víctimas del desastre. Los intereses políticos primero, la vida después.
Yo no pateo perro muerto. No habrá luto nacional porque hoy murió un corrupto, un dictador. Palabras de Chávez cuando murió Carlos Andrés Pérez en 2010. Antes que Pérez habían muerto los expresidentes Luis Herrera Campíns en 2007 y Rafael Caldera en 2009, sin que se les rindiera el reconocimiento que merecían.
Fue así que cuando Hugo Chávez anunció que tenía cáncer (30/06/ 2011) y cuando murió (supuestamente el 05/03/2013) medio país lloró y la otra mitad celebró. Confieso ignorar cuántas veces antes en nuestra historia contemporánea hubo igual polarización ante una muerte.
Aún tengo el recuerdo de mi niñez cuando los transeúntes hombres se sacaban el sombrero y las mujeres se persignaban ante el paso de cualquier sepelio. Había respeto.
Es en ese escenario de desprecio por la muerte del otro cuando ocurre la décima muerte de un preso venezolano «en custodia» (valga sarcasmo). Pero no un preso cualquiera sino uno que fue general en jefe, ascendido a ese rango por su compañero de armas y de ruta golpista Hugo Chávez Frías. Juntos hicieron el juramento del Samán de Güere, fue su ministro de la Defensa. Pero, ¡la tapa del frasco! fue quien lo rescató y devolvió a la presidencia en abril de 2002 . ¿Por qué tanto ensañamiento en vez de gratitud?
Recordé a un viejo amigo de la familia que vivía en Los Teques en tiempos de Pérez Jiménez y era detestado por el jefe civil, tanto que lo arrestó «por decir groserías en un patio de bolas criollas». Nuestro amigo solía decir: «Yo no sé por qué ese tipo me odia tanto si nunca le hice un favor». ¿Sería por eso que Chávez odió a Baduel? Aceptemos que esa fue la razón, pero ¿el odio de Maduro? ¿Odio hereditario?
Aparentemente, en ese sentimiento estuvo metida la mano de Fidel Castro. Copio al periodista Francisco Olivares, de El Estímulo: «Apenas se iniciaba el gobierno de Hugo Chávez cuando Fidel Castro conoció al general Raúl Isaías Baduel y, según allegados al poder, el líder cubano le habría advertido a Chávez: «Este es del que te tienes que cuidar. Este es el que te puede sacar a ti del gobierno, tienes que tener cuidado con él».
Esa advertencia premonitoria no estuvo tan precisa en la mente del general aliado de la revolución hasta que, en enero de 2008, fue detenido, acusado y sentenciado –en 2010– a 7 años y 11 meses de prisión por un caso de «sustracción de dinero de la FAN, contra el decoro militar y abuso de poder». De allí en adelante comienza un vía crucis para el militar del que no se salva ningún varón que lleve su apellido. Llamarse Baduel ha sido el paso previo para una prisión sin causa ni término.
Vi en persona al general Raúl Isaías Baduel una sola vez. Era ministro de la Defensa y fue invitado por una ONG de la que yo era miembro. Respondió las preguntas con amabilidad. Me llamó la atención su mezcla de misticismo con esoterismo, sin pasar por alto sus repetidas menciones a pasajes bíblicos. Era un personaje singular. Ya había ocurrido el golpe o renuncia o vacío de poder, como se quiera llamar o describir lo sucedido entre el 11 y 13 de abril de 2002. Ya sabíamos que Baduel cargaba con la gloria para unos y el odio para otros, por haber sido el personaje clave en el regreso de Hugo Chávez a la presidencia. Pero nadie le preguntó sobre ese tema.
Ahora que Baduel ha muerto en penosas circunstancias –no lo mataron pero lo dejaron morir– hemos leído desde apologías a su valor para resistir tantas humillaciones y sufrimientos hasta desahogos llenos del veneno del odio, por ser quien nos privó de la posibilidad de liberarnos del chavismo 19 años antes de la catástrofe que hoy padecemos.
Lamentablemente, la historia no se puede devolver, solo las dictaduras se atreven a reescribirla, pero no les dura. Lo que predicó el comunismo soviético durante 74 años se disolvió en unos pocos. Igual pasará en Cuba y mucho más pronto en Venezuela, porque aquí nadie –ni los más jóvenes– ignora la diferencia entre dictadura y democracia.
A la muerte del general Baduel en prisión ha seguido la deportación a los Estados Unidos de Alex Saab, el héroe del chavomadurismo, el único que superó a Hugo Chávez en la devoción de la cúpula dominante. El non plus ultra de una revolución socialista tan sui géneris porque siendo un recontra multimillonario a costa de la pobreza de muchos, logra que algunos de esos muchos clamen por su libertad. ¡Secuestro! gritan desde Miraflores, y secuestro dice entre lágrimas de cocodrilo la esposa italiana, ahora investigada en su país por lavado de dinero. Nadie sabe cómo será el fin de esa cuasi telenovela, pero lo que podemos asegurar es que la justicia de los EE. UU. no dejará morir de mengua a ese hiperladrón como sucedió en Venezuela con el general Raúl Isaías Baduel.