Quien no lo conozca que lo compre

Chacumbele, además de la reculada que echó al incorporar a gobernadores, alcaldes y diputados a la manguangua de la reelección indefinida, pretendió darnos lecciones de Derecho Constitucional. Parche negro en el ojo, loro en el hombro y pata de palo, el Gran Charlatán nos vendió su proyecto como «superación de la democracia burguesa». ¿Qué entenderá este tipo por tal cosa? Porque hasta ahora las únicas pretendidas «superaciones» de la democracia burguesa que conoce la humanidad han sido las que dieron lugar a los totalitarismos nazi-fascistas y comunistas y a la versión tropical caribeña de estos últimos. Stalin y Mao hablaban de superación de la «democracia burguesa». Hitler y Mussolini no se quedaban atrás. Fidel Castro por lo consiguiente. Pero también se consideraban «superadores» de la «decadente democracia burguesa occidental» gentes como Francisco Franco y Augusto Pinochet. ¿Cuál de todos estos paradigmas quiere escoger Su Alteza Real? ¿A cuál de ellos quiere parecerse? La historia nos enseña que cada vez que alguien le ha puesto apellido a la vieja y noble palabra democracia, ya sea para calificarla bien o para lo contrario («burguesa» o «popular», «capitalista» o «proletaria»), terminó merendándosela. La tal «superación» no era sino el otro nombre de la también viejísima palabra «autocracia». Después, Su Alteza se enfundó el traje de monje trapense, que usa para sus grandes cobas, y nos dijo, humildemente, que «él» no tiene nada decidido sobre su propia reelección, que la enmienda es de carácter general y que el 2012 «veremos». Pobrecito; tan modesto, tan desprendido que es «él» y tan ingratos los que le atribuyen la pérfida intención de atornillarse en la silla. Nada más lejos de su mente. Todo lo que quiere es mejorarnos la Constitución.
¿Quién dijo que Su Alteza había vociferado que la continuidad de la revolución depende de su permanencia en el poder? Deben ser vainas de sus jalabolas, que ya «él» no encuentra cómo quitarse de encima.