¿Quién oculta a Montesinos?, por Teodoro Petkoff
Este asunto de Vladimiro Montesinos está comenzando a hincharse de manera cada vez más peligrosa para el gobierno. Hasta hace tres meses Montesinos era casi un desconocido para los venezolanos. Hoy su caso podría devenir en un gran problema para el gobierno. Desde el comienzo el tema fue manejado de un modo particularmente chambón. Todas las evidencias que progresivamente fueron mostrando los medios, eran negadas por los más altos voceros del gobierno, Rangel y Dávila (Miquilena todavía estaba jugando banco). El 18 de diciembre, José Vicente negó que Montesinos estuviera aquí. Al día siguiente, 19, cuando ya era público que Montesinos había estado en el Hotel Ávila bajo el nombre de Manuel Antonio Rodríguez, José Vicente dijo que eso no era cierto y preguntó burlonamente que si queríamos oír el cuento del gallo pelón. El 21 atribuyó a «pura fantasía, realismo mágico y ciencia ficción» las noticias sobre la supuesta intervención quirúrgica practicada a Montesinos, añadiendo que no se le podía pedir al gobierno que saliera a cazar fantasmas. El mismo 21, el director de la PTJ, hoy destituido, decía no saber nada del señor y que no había ninguna investigación sobre el particular. A estas alturas, ya los medios habían descubierto lo del pasaporte falso, lo del nombre falso de Montesinos, lo del Hotel Ávila y lo de la operación, ¡pero el ministro y el policía decían no saber nada!
Hasta aquí, sin embargo, sólo tenemos declaraciones de respuesta a preguntas de periodistas, pero el mismo 21 se produjo una acción consciente y deliberada de engañar a la opinión pública con aquella grotesca presentación a los medios de un supuesto peruano con un nombre casi igual al que portaba Montesinos en su pasaporte venezolano falso. La Disip (por ahora démosle el beneficio de la duda a su jefe superior de entonces, Dávila, porque no hay que olvidar que ese cuerpo rinde cuentas directamente al presidente) intentó demostrar que se trataba de una confusión de personas. A plena conciencia, con deliberación y alevosía, se nos quiso engañar. La policía política tenía ya en sus manos las fotos que se le habían hecho y que fueran decomisadas en el estudio del fotógrafo Hugo Ramos. ¿Por orden de quién montó la Disip esa estúpida operación de engaño a la opinión pública? Es poco plausible que haya sido una iniciativa personal de Otaiza. Aquello naufragó en el ridículo y el 22 ya José Vicente se sintió obligado a admitir que era posible la presencia de Montesinos en Venezuela. Sin embargo, todavía el 24 de febrero de este año, Dávila negó categóricamente que Montesinos hubiera estado en el país y que se hubiera operado aquí. Sarcásticamente dijo que si se trataba de alguien que hubiera utilizado otra identidad, «entonces no es el señor Montesinos». El torneo de declaraciones confusas y contradictorias remata con las de Miquilena anteayer. El 28, el 28, el cuento del gallo pelón: la arrogancia del poder. Sin embargo, ahora, las cosas han llegado a un extremo que emplaza seriamente al gobierno. Ayer en Perú estalló una bomba. Se afirma allá que habría sido un funcionario de la Cancillería venezolana quien tuvo a su cargo toda la logística del ingreso y estadía del asesor de Fujimori. Ese rumor ya circulaba desde hace semanas en los mentideros políticos de nuestro país. Llegamos a un punto en que el gobierno no puede seguir con la mamadera de gallo. Estamos a las puertas de un escándalo internacional y el país espera del gobierno claridad y precisión. ¿Qué razones tienen los peruanos para sa-car a colación su nombre? No vuelvan los ministros y el presidente, por favor, con el cuento del gallo pelón. No nos repitan, por favor, que se trata de «intrigas» que intentan separar a los hermanos bolivarianos. Es una acusación muy grave y el gobierno está obligado a aclarar las cosas. Los ministros dejen de comportarse como «los tres chiflados» y dennos una versión única y creíble de esta turbia historia