¿Quién planifica el futuro?, por Griselda Reyes
Twitter: @griseldareyesq
El tema migratorio nacional merece lecturas más profundas que vayan más allá de las penurias en el Darién o las exigencias de voto para el venezolano en el exterior. Se trata nada más y nada menos que del futuro… tanto del de nuestra juventud migrante como del propio país.
Políticos, académicos, gente común, parecen tomar la migración como un simple tema de supervivencia personal. Y no vemos que, más allá del desarraigo individual y familiar, se encuentra inmerso el porvenir del país.
Y es un tema para ser atendido YA. El impacto que tendrá a mediano plazo no deja lugar a dudas de los efectos que vivirá Venezuela en los próximos años. ¿Nos hemos detenido a pensar en Venezuela 2050? ¿Imaginamos a Venezuela en 2060? Los países africanos, Cuba o Haití no pueden ser nuestros referentes.
Por supuesto, hay una diferencia vital con estos países y pasa por el hecho cierto de que Venezuela se ha convertido en un exportador de cerebros y de mano de obra eficiente, más allá de la xenofobia que el temor ha impuesto en nuestros hermanos latinoamericanos.
Durante mi visita más reciente a la ciudad de Mérida, coincidí en este planteamiento con el rector de la Universidad de Los Andes (ULA), Mario Bonucci.
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La ULA, ilustre universidad hacedora de profesionales, tiene la estatura académica y profesional más que suficiente para levantar la voz y llamar la atención hacia este tema, como una reedición del «Vuelvan caras» de Páez, cuando el 2 de abril de 1819 en Las Queseras del Medio, estado Apure, junto con 153 lanceros, logra derrotar a más de mil jinetes pertenecientes a la caballería española. Hoy, la caballería contraria es la desesperanza en el futuro que parece sufrir la patria. Y los 153 lanceros del ayer, son hoy más de seis millones de venezolanos
Como venezolanos, es momento de replegarnos en pos de nuestro país, de nuestro futuro, de nuestros niños, jóvenes y tercera edad. No debemos esperar tanto tiempo, porque hoy ya estamos resintiendo la emigración de médicos, ingenieros, arquitectos, enfermeras, maestros, profesores y un sinfín de profesionales y técnicos altamente capacitados en oficios indispensables para mantener engranado y aceitado el mecanismo que mueve al país.
Debemos reaccionar y detener «el empobrecimiento intelectual» que se cierne sobre el futuro de Venezuela. No hay aliciente en la cifra presentada por el rector Bonucci sobre la disminución de la matrícula universitaria de la ULA, de 48.000 estudiantes a apenas 24.000 en 2022. Y mucho más desaliento al atender la gravedad de la información respecto a que 95% de los graduandos solicitan sus notas para efectos internacionales, pues tienen en mente abandonar el país.
De alguna forma, como sociedad debemos hacerle ver a nuestros hermanos que Venezuela es la tierra de las posibilidades. Crecer es experimentar y hacer las propias historias. Y en los países latinoamericanos hemos visto que los nuestros se topan con una realidad que les da en la cara: no es fácil ejercer la profesión para la cual se formaron.
Y entre la desesperanza del futuro profesional en Venezuela y el ejercicio de un oficio de sobrevivencia en otro país, pierde Venezuela, ya que ese individuo no produce en toda su extensión con el aliciente del crecimiento personal y profesional, sino bajo el signo de la subsistencia en un espejismo de bonanza, pues no tiene el mismo valor el dólar en ese país que en Venezuela.
La planificación del futuro del país corresponde al gobierno. La planificación del futuro personal corresponde al individuo. El liderazgo político debe crear la correlación entre ambas planificaciones. ¿Quién se atreve hoy a planificar el futuro del país?
La sociedad civil debe parir ciudadanía
Atacar a las universidades es atacar al corazón del país. El daño no se les está haciendo a las autoridades universitarias, sino al país completo y eso debemos entenderlo. El rol de las universidades es formar profesionales, hacer investigación y extensión.
La crisis nos dividió en diversos frentes: el ama de casa en relación con la supervivencia diaria; el profesional en busca de su destino personal; el estudiante en procura de lograr su titularidad académica; el venezolano común buscó oficio y beneficio propio. Más allá de sus propios dolientes –docentes, empleados, obreros y estudiantes– la universidad no tiene a quién dolerle ¿Por qué permitimos que llegara a este estado?
Hay una política de Estado que quiere doblegar a la universidad. Duele que casas de estudio de la talla de la UCV, la ULA, la USB y la UDO, que han figurado en el ranking internacional, desaparezcan del mismo por mezquindad política. El secuestro de la formación y la investigación ha llevado a la creación de recintos universitarios cuyo mayor valor es la emisión de títulos con reconocimiento dentro de las propias instituciones de la administración pública venezolana.
La mayoría hoy desarticulada permite la fuerza de la débil presencia del gobierno nacional. Y aun sabiendo eso, esa mayoría no logra centrarse en planes de unión en beneficio del país. El conglomerado de intereses particulares y colectivos alimenta el statu quo nacional, mientras los pocos recién graduados reciben su título para irse del país.
Hay que crear liderazgos y afianzar valores, porque la lucha para lograr el cambio debe ser dada en Venezuela. A los estudiantes hay que enseñarles que se puede luchar en el país. La primera pregunta a formular a los bachilleres que ingresan a la universidad es ¿para qué estás estudiando?
La sociedad civil debe exigir el cambio de rumbo y trabajar para ello. Cada uno de nosotros tenemos, permanentemente, que abordar los temas de interés nacional con cualquiera que nos escuche y mantener viva la llama de la reflexión en la población. A fin de cuentas, todos estamos en la misma lucha.
Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.
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