¿Quosque tandem Farruco?, por Simón Boccanegra

Mucha gente se pregunta cómo es posible que un tipo como Farruco Sesto, tan dañino, tan perjudicial, que no hace sino crearle enemigos al gobierno, sea mantenido en su cargo por el presidente, quien no se caracteriza propiamente por casarse con sus ministros, a los cuales destituye sin miramientos. La razón de esto pudiera ser que Farruco es ministro de un área que no le interesa a Chávez, la de la cultura. Esa dimensión de la vida es ajena a las preocupaciones de Yo-El-Supremo, de modo que Farruco se siente, no sin razón, con patente de corso para hacer y deshacer. Él es, tal vez, el único ministro al cual Chávez no despierta a las tres de la mañana para pedirle cuentas. Sencillamente, al presidente no le importa lo que ocurre en los dominios donde Farruco ejerce su satrapía. Aunque cabe, también, otra hipótesis. Si por casualidad la mirada del Supremo se posara sobre los actos del zar de la cultura, no sentiría ninguna intranquilidad. Farruco es un intérprete consagrado del espíritu de intolerancia y sectarismo que caracteriza al primer mandatario. Este, probablemente, se siente cabalmente interpretado por los abusos, la mandonería, el afán persecutorio, la negación de toda forma de pensamiento que no sea la suya y, revelación reciente, la cursileria de pavita enamorada que Farruco puso de manifiesto en su carta a Serrat. En todo caso, no le caería mal a Chávez revisar (su primera erre) la historia cubana del periodo durante el cual la cultura del aquel país estuvo bajo la bota de Armando Hart o qué pasó en la URSS con Andrei Zhdanov, ministro de Cultura de Stalin. Quizás eso lo animaría a aplicar su segunda erre: rectificar, para quitarse de encima a ese bacalao de Farruco Sesto.