Radicales de pantalla, por Teodoro Petkoff
Para convencerse de que el camino de ir a los reparos es el correcto basta con ver y oír el discurso de los sectores ultra de la oposición en radio y televisión. Hacer lo contrario de lo que estos personajes predican es un camino seguro para no equivocarse. Ya el país ha pagado muy caro el predominio que en la conducción de la oposición tuvieron alguna vez los sectores extremistas.
Pero podrían ser aún más dañinos. Ninguno de ellos tiene mayor significación social o política y las organizaciones que representan, reunidas en un Volkswagen, dejan puestos libres, pero contando con la caja de resonancia que les presta la ilimitada capacidad de algunos medios de radio y televisión para tropezar tres veces con la misma piedra, podrían causar muchos males.
La campaña que han emprendido contra la Coordinadora Democrática es verdaderamente perversa, pero, además, de una miopía extrema. Para organizaciones políticas que no han podido superar aún el colapso del sistema de partidos venezolano, la unidad en la acción y la articulación de sus esfuerzos en una instancia que los coordine, es vital. Con todos sus defectos (cuya crítica en este diario no hemos escatimado, pero siempre desde un ángulo constructivo), la CD ha proporcionado alguna forma de conducción, precaria porque en sus circunstancias no puede ser de otra manera, pero conducción al fin.
Si esa instancia fuera dinamitada por la irresponsabilidad de algunos, la dispersión grupuscular que sobrevendría dejaría a la oposición huérfana de toda dirección y atornillaría a Chávez en el poder. Cada grupúsculo yendo por su lado no haría sino fortalecer a Chávez.
Sin embargo, aparte de su propio retiro de la CD, para acompañar a ese reducto criptochavista en la práctica que es el Bloque Democrático, es poco probable que el ultraísmo inútil tenga éxito en su empeño. Va contra el sentido común. Toda esa faramalla de la “desobediencia civil” y de la “guarimba” es un puro ejercicio de masturbación política.
El empeño y el tesón de la CD han de contribuir a crear, cuando parecía casi muerto, un escenario de lucha concreto que es el del RR, pasando, desde luego, por los reparos, porque sin estos aquel desaparecería. Frente a este llamado a la organización y movilización popular, los tragabalas no oponen sino humo, el forfait, el abandono del terreno de pelea a cambio de nada, como no sean discursos para la galería, de nulo valor práctico. Sería una verdadera insensatez cambiar el pájaro en mano de la lucha por el RR, en el terreno concreto en que esta se da ahora, por los cien volando de una fantasmagórica “desobediencia civil”, cuyos profetas jamás han podido dictar en su nombre ninguna directriz medianamente aplicable. El último suspiro de la futilidad política fue la inefable “guarimba”, que no pasó de ser un acto de autoflagelación. Ya no estamos para eso.