Ramón Jota Velásquez, por Simón Boccanegra
Este escribidor estuvo preso, cuando Pérez Jiménez, los años 1950, 51 y 53. En uno de esos años, no recuerda con precisión en cuál, el escribidor conoció a Ramón Jota, quien llegó a la cárcel Modelo también como preso político. De esa época recuerda el escribidor un rasgo de Ramón Jota: la afabilidad, unida a una sencillez en el trato que lo llevó a amistarse con todos sus compañeros de prisión, buena parte de los cuales, sin embargo, le eran conocidos porque eran adecos. Después salimos ambos de la cárcel y nos tropezábamos ocasionalmente por estas calles caraqueñas, Ramón Jota siempre con una especie de portafolio lleno de papeles. Después cayó la dictadura y advino la democracia y ya de ahí en adelante Ramón Jota se transformó en ese personaje público de la alta política, que todo el mundo conoce.
Desde luego, giraban Ramón Jota y el escribidor en orbitas diferentes pero la relación de amistad se mantuvo y cada encuentro se sellaba con los perspicaces apuntes de él sobre la vida política del país; de manera que pudimos intercambiar opiniones sobre todos los gobiernos habidos, desde el de Rómulo Betancourt hasta el de Chávez. Este escribidor piensa que para conocer a Venezuela, aparte de caminarla hasta el último rincón, hay muchos libros, pero hay dos de Velásquez sin cuya lectura uno queda intelectualmente mocho: La caída del liberalismo amarillo y Caudillos, ciudadanos, pueblo, este, el último de su fecunda pluma. Fue un vigía de su tiempo y pudo serlo hasta el final, porque los años, afortunadamente, no mellaron su cerebro.
Fue un político extraño; pudo conservarse a salvo de la pasión partidista, la cual jamás le nubló las entendederas. Se ha ido, pues, Ramón Jota Velásquez. Ojalá que la lección de su vida nos ayude en estos tiempos borrascosos.