Rebeldía con causa, por Leonardo Regnault

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La irreverencia y la rebeldía necesariamente deben ser parte de la formación: es imprescindible cuestionar, criticar e interpelar las distintas situaciones que se nos presenten. Esto en modo alguno puede o debe significar la colocación de trabas u obstáculos; por el contrario, debe ser un proceso con el cual construyamos conciencia.
Muchas veces nos corresponde decir categóricamente ¡no! Esta negativa no implica renunciamiento; al contrario, es la afirmación de la voluntad de cambiar lo que está mal; es la certeza de estar del lado de la justicia.
A veces ese no implica un poco de valentía porque debe ser pronunciado ante estruendosas salvas de aplausos y/o ante eufóricos gritos de apoyo. Este no es la reafirmación de nuestra posición; aunque pueda granjearte la animadversión de los poderosos, de la cúspide, de la élite.
Es nuestro derecho oponernos a cualquier indicio de opresión, a cualquier indicio de cercenar la libertad. Es nuestro derecho defender nuestras convicciones ante la tiránica gobernanza, y también ante el intento de justificación por parte de compañeros que dicen hacer las cosas por «nuestro bienestar», pero en realidad nos están dejando de lado.
Sin rebeldía quizá sea difícil que se active la conciencia. Esta rebeldía debe tener una razón y en mi caso es el deseo de obrar con el propósito de preservar mi esencia. No podemos parecernos a quienes nos enfrentamos.
Aunque es cierto que todos, en algún momento, hemos cometido el error de no querer que nos discutan nuestras decisiones, y contra eso también debemos ser capaces de rebelarnos. Debemos tener la suficiente madurez de evaluar nuestras acciones para poder mejorar, y eso es posible si hay quien sea capaz de poner una alerta.
A veces nos preguntamos ¿por qué no nos salen las cosas bien? ¿Por qué, si lo que estamos haciendo es producto de las mentes más preparadas, de los mejores talentos, genera inconvenientes y no se obtienen los resultados esperado? La respuesta a esas interrogantes es sencilla porque a veces nos hablamos a nosotros mismos y con esto reafirmamos nuestros errores.
El país lleva décadas imbuido en un intento por coartar la posibilidad de la irreverencia y de frenar cualquier vestigio de rebeldía, y pareciera que mucho de eso ha permeado en algunos. Soy un firme creyente en que debemos hacer todo lo que tengamos que hacer para no defraudar a nuestros hijos, y todo lo que tengamos que hacer para no deshonrar a nuestros padres. Y eso pasa por rescatar el país.
Rescatar el país comienza por no dejarnos implantar prácticas y usos faltos de democracia. Nunca seremos una opción real de transformación si apelamos siempre a las «circunstancias excepcionales» para arrogarnos la facultad de decidir por encima del colectivo. Es momento de la irreverencia, de la rebeldía creadora de conciencia.
La miseria, el hambre y la precariedad de los servicios públicos, es decir, el sufrimiento de millones de venezolanos, tiene que llevarnos a reflexionar: ya está bueno ya de seguir hablándonos frente al espejo. Hoy, la inmensa mayoría requiere de compromiso; esa inmensa mayoría también debe involucrarse para ser parte de la solución. Estuve a punto de decir la salida, pero eso trae el recuerdo amargo de una acción política equivocada.
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Si la irreverencia y rebeldía, entendidas como generadoras de conciencia, ofenden o incomodan es porque esos ofendidos o incomodados no están dispuesto a ser distintos a quienes enfrentamos. Mientras tanto, quienes somos capaces en reafirmarnos en nuestra meta, enfoquémonos y dirijámonos veloces hacia ella; no sigamos perdiendo tiempo, hay vidas que debemos preservar.
Espero que este mensaje tenga destino. Ojalá, quienes creamos en él podamos alzar nuestra voz las veces que sea necesario para tratar de ayudar a enderezar el rumbo, sin creer que el rumbo es el que nosotros tracemos, sino aquel que tracemos en conjunto.
Leonardo Regnault es político e ingeniero civil
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