Recado a Samuel Ruh, en el Indecu; por Simón Boccanegra
Como Harun Al Raschid, este minicronista se disfrazó esta semana (gorra de los Tiburones, lentes oscuros que tapan media cara) y fue al mercado de Catia y al de Guaicaipuro, para ver, en vivo y en directo, cómo está la vaina. En Catia pedí un kilo de ganso.»18 mil bolívares viejos», dijo el carnicero.»¡¿Cómo?! ¡Si está regulado a 11 mil!» «Si la quiere son 18 mil.Vea a ver dónde la consigue a 11″. Me fui a Guaicaipuro. Encontré la sorpresa de que todos los puestos de carne estaban cerrados. Marchantes vecinos me informaron que los carniceros, portugueses, no abrieron ese día para protestar los precios regulados, que, según aducen, les producen pérdidas.»Bueno, pero en el mercado de Catia, la venden a 18 mil sin problemas».»Sí, pero es que por allá no van los fiscales del Indecu», me dijeron, muertos de risa, los marchantes. Pregunté cómo es el kikirigüiki. Según ellos, los portugueses de Guaicaipuro se niegan a dejarse matraquear.»¿Los de Catia pagan?» «Bueno, usted sabe cómo es la vaina», me dice un moreno fortachón que vende verduras.»Pero lo cierto es que por allá no van los fiscales del Indecu y si van se hacen los locos. Por algo será».Transmito este diálogo al viejo amigo Samuel Ruh, alto jefe del Indecu. Sólo para que sepa cómo baten el cobre algunos de sus subordinados. Pero, en verdad, esto tal vez ayude a Samuel a comprender la absoluta inutilidad de los controles. Para lo único que sirven es para generar escasez y corrupción. La carne no se puede vender a los precios regulados porque nadie trabaja para perder. Pero para venderla por encima del precio regulado hay que bajarse de la mula. Para eso es para lo único que sirven los controles y los fiscales. Esta es la moraleja de la fábula.