Recado para el ministro del Interior, por Simón Boccanegra

Las cárceles de esta tierra de gracia, como la bautizara Don Cristóbal Colón (sin imaginar siquiera que la gracia iba a ser una morisqueta durante la mayor parte de los 500 años que van desde su llegada a la boca del Orinoco), dejarían turulato al mismísimo señor Ripley, el hombre de «Aunque usted no lo crea».
Eso de que el presidente de la República confunda la palabra «peces» con «penes», por ejemplo, ya es como demasiado, hasta para nosotros los venezolanos, que estamos acostumbrados a las barrabasadas de nuestros gobernantes. Dice la prensa que en Maracaibo dos «pranes» (doy por sentado que ya todos conocemos el significado del término) de la cárcel de Sabaneta andaban tranquilazos por aquellas calles de Dios y sólo regresaban a dormir a su supuesto sitio de reclusión. Sin embargo, uno de ellos tuvo la mala leche de tropezar con una patrulla de la Guardia Nacional, echándose palos en un bar, acompañado de dos «luceros» (en la jerga del medio se trata de guardaespaldas) y de dos funcionarios de la misma cárcel.
Habiendo sido reconocido por uno de los guardias fue inmediatamente «dado de baja», tal como seguramente rezaría el informe oficial sobre el suceso. Habrían podido detenerlo pero prefirieron matarlo. El otro fue sorprendido paseando pacíficamente por un centro comercial. Este tuvo la suerte de que sólo lo recapturaron. Seguro que le dieron la acostumbrada ración de garrotazos, pero al menos no le quitaron la vida. Así son las cosas. No me queda menos que desearle al general Miguel Rodríguez Torres, con quien he mantenido una cordial relación amistosa, que tenga más suerte que las decenas y decenas de sus predecesores en ese cargo, ninguno de los cuales logró reducir ni en una gota la sangre vertida en esa batalla interminable entre las fuerzas del orden y las del desorden.