Recorrer instalaciones del Humboldt costará más que entrar al museo de Louvre
Después de seis décadas de haberse construido, el venezolano común sigue sintiendo que ese patrimonio histórico solo pertenece a las clases de poder. A esa visión poco «socialista» de un bien público se suman los astronómicos precios que se cobrarán por disfrutar de sus instalaciones
Hacia finales de 1956, el Hotel Humboldt destacaba entre las montañas caraqueñas y entraba al listado de las tantas obras emblemáticas construidas durante el mandato del dictador Marcos Pérez Jiménez. El nuevo ideal nacional estaba comenzando a dar sus frutos, pero solo para los que estaban en el poder. En el aquel entonces, el venezolano de a pie no tenía el privilegio de entrar a tan magnifica obra arquitectónica, una situación que la «revolución» ha perpetuado.
Con un tiempo de funcionamiento más que efímero (solo prestó servicios entre 1957 y 1961), seis décadas después de su inauguración, el Humboltdt sigue siendo unos de esos mitos urbanos que nutren la historia reciente de Caracas, cuyas instalaciones son conocidas por muy pocos pero donde todos especulan sobre la verdadera función de esta construcción, un elefante blanco que al igual que su contemporáneo El Helicoide, se ha convertido en coto privado de la cúpula chavista. De hecho, desde diciembre pasado se han realizado al menos tres grandes fiestas en las alturas del Ávila a las que ha tenido acceso sólo un graneado grupo de cercanos al gobierno.
Aun cuando oficialmente no ha abierto sus puertas al público, el pasado 14 de febrero, el juego de luces de la torre del Humboldt dejó claro que privilegiados enamorados celebrarían su día en la cumbre de cerro Ávila. La favorecida élite participaría en una fiesta que fue anunciada a través de un flyer que estuvo rodando por las redes sociales en días previos.
En la invitación no aparecía ningún teléfono o dirección de correo electrónico al cual comunicarse para pedir más información sobre el sarao, lo que dejaba bien claro que la celebración no era para el venezolano común.
Entre 200 y 800 dólares costó la cena ofrecida esa noche en 1956, el restaurante del emblemático hotel que fue reinaugurado por Nicolás Maduro en diciembre de 2017. El monto variaba dependiendo de la cantidad de comensales, que iban desde dos hasta ocho.
Tomando como referencia el sueldo mínimo actual más la cantidad correspondiente al cesta ticket, a un venezolano promedio le tomaría un año y seis meses reunir los 7.500.000 bolívares (100 dólares) con los que podría pagar los platos que ofrecen en el lujoso hotel; esto llegando a final de mes sin gastar ni un centavo de los 450.000 bolívares que se percibe mensualmente.
Pero no solo comer en el restaurante del Humboldt es algo inaccesible para la inmensa mayoría de los venezolanos. Un simple tour para conocer las instalaciones de un estructura que ha estado presente en la vida de tres generaciones está igualmente a la altura del hotel: por las nubes.
Luego de sus últimas remodelaciones, según información no oficial ofrecida por vigilantes de las instalaciones, la inauguración del complejo hotelero estaba prevista para el pasado febrero, y la tarifa que se pagaría para hacer un recorrido por las salas abiertas al público alcanzaría la bicoca de 50 dólares, más costoso que un boleto con visita guiada al museo de Louvre ($44) y el doble de una entrada el Museo Metropolitano de Nueva York ($25).
TalCual intentó conversar con la la gerencia administrativa del hotel para confirmar el dato; sin embargo, no permitieron pasar más allá de la cerca que bordea el recinto.
«A partir del 15 de febrero van a empezar a ofrecer unos tours por todo el hotel, pero sólo podrá hacerlo el que pueda pagarlo. La entrada va a costar unos 50 verdes», aseguró uno de los integrantes del cuerpo de seguridad que vigila las instalaciones que serán administradas por la cadena hotelera internacional Marriot.
Un alto directivo del hotel costero, quien por razones de seguridad solicitó el anonimato, aseguró desconocer los precios que tendrá el recorrido por el Humboldt, pues aunque ya fueron informados sobre la inminente apertura del recinto, aún se desconoce cuándo comenzarán a ofrecer el servicio de visitas guiadas. No obstante, su versión sobre la inauguración del lugar concuerda con la del guardia.
«Aún sigue en remodelación, pero tenía previsto abrir a mediados de febrero. Por los momentos solo están haciendo eventos corporativos en las áreas ya disponibles», acotó la fuente. Señaló que a una reunión con la directiva del Humboldt hecha para conocer las instalaciones, acudieron cerca de 20 personas, unas en vans y otras en carritos de golf; el mismo transporte que circulaba alrededor de las caminerías del Ávila con algunas personas que estaban visitando el hotel el día que TalCual se acercó a sus instalaciones.
Cuando se consultó a los vigilantes si los carros que estaban saliendo del hotel formaban parte de algún tour, dijeron desconocer detalles. Sin embargo, los dueños de los kioskos que están más cercanos al complejo indicaron que todas las semanas «viene un grupito muy pequeño y los pasean por dentro, vienen, compran cosas aquí, pero no va el bucharrero de gente. Uno, por ejemplo, no puede entrar, pero otra gente sí.»
De los enchufados
Esa «clandestinidad» que gira en torno al hotel es lo que ha hecho que el venezolano común se deslinde de él y sienta que no le pertenece. Es la idea que se ha venido cultivando desde su creación y que los distintos gobiernos parecen haber alimentado directa o indirectamente.
«Durante estos 60 años, la incultura, el egoísmo de los políticos venezolanos, su afán por ser adulados y el recelo por sus cargos dieron paso al deterioro inminente de la estructura arquitectónica», afirma Loly Sanabria, hija del Tomás Sanabria, arquitecto que diseñó el Humboldt.
Comenta que esa es la razón principal por la que el primer gobierno que vino después del de Pérez Jiménez (el adeco de Rómulo Betancourt), no le dio la importancia que merecía la obra, pues debía castigarsele por ser de un gobierno diferente. Y así ocurrió en lo sucesivo.
También refiere Sanabria que el hotel fue convertido en «casa de paso de las novias y primeras damas», sin respaldar nunca su potencial turístico y fuente de ingreso que podía representar para el país.
A mediados de 2013 se aprobó en la Asamblea Nacional un presupuesto de 14.716.237 bolívares para invertir en pisos de mosaico y ascensores para el Humboldt. Más tarde en ese mismo año, Andrés Izarra, quien era ministro de turismo para esa fecha, informó que se habían invertido 450 millones más para que finalmente el hotel pudiese abrir sus puertas durante el primer trimestre del año siguiente, pero eso no pasó.
Entre 2015 y 2016 se invirtieron alrededor de 422 millones de bolívares, parte de los cuales fueron aportados por la Fundación Propatria 2000, «un organismo adscrito al ministerio del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno», según lo que se señala en su portal web.
Y ello sin contar con cientos de millones «invertidos» desde 2007 cuando el gobierno decidió suprimir la concesión otorgada a una empresa privada en 1998 para operar el teleférico y recuperar las instalaciones del hotel.
Para 2017 ya se habían desembolsillado unos cuantos recursos y se decía que el avance de la obra superaba el 70%, por lo que un año después Maduro procedía a reinaugurar por enésima vez el vetusto proyecto, cerrando junto a la ministra de Turismo, Marleny Contreras, un trato con la cadena internacional Marriott para que administrara y operara el complejo hotelero.
«Ya invito a los caraqueños, a los guaireños, a toda Venezuela a visitar el Hotel Humboldt. A partir de hoy se abre para que vengan a ver la belleza, lo que ha sido la restauración artística más importante que se haya hecho de un edificio histórico con una arquitectura única,» dijo Maduro en ese entonces.
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Pocos días antes de la supuesta reinauguración al público, los únicos que habían visitado esas instalaciones son los que forman parte de la cúpula, entre ellos los allegados a Antonio Chambra, dueño de la cadena de tiendas Traki, quien en diciembre pasado celebró la fiesta de cumpleaños de su hija Nadia en el emblemático establecimiento.
Nadia Chambra, hija del magnate rojo y dueño de Traki, Antonio Chambra, nos ofrece un resumen de la mega rumba de anoche en el Hotel Humboldt de Caracas. Celebración que reunió a lo más selecto del narcotráfico y la corruptela chavista. pic.twitter.com/dfO2lrax21
— Venezuelangirly (@venezuelangirly) December 16, 2019
Para Loly Sanabria, Maduro ha hecho bien en invertir en el Humboldt; sin embargo, dice que aunque se aprecia cierta recuperación en la infraestructura, de poco sirve si con ello solo se refuerza el concepto de ‘eso no es mío’. «Eso es del enchufado, del que anda en el gobierno» que ronda en la mente del venezolano, según ella.
Falso protagonista
El proyecto cerro Ávila que quería Pérez Jiménez fue en un principio bastante ambicioso. El teleférico, tanto en su variante caraqueña como el que llevaría desde La Guaira hasta lo más alto del Ávila, las estaciones intermedias en Galipán y el Hotel Humboldt estaban pensados para ser una obra turística de primer mundo, pero en el camino la idea original se fue desvirtuando.
Loly Sanabria recuerda que en San José de Galipán se estaba construyendo una parada en la que se disfrutaría de «pequeños lagos donde se podría remar y después terminar subiendo a la montaña. Los galipaneros iban a tener trabajo y sus hijos un espacio donde divertirse». Sin embargo, alega que eso solo se convirtió en el vecindario vacacional de los funcionarios de alto rango.
«No es una urbanización de turno para que los que estén mandando construyan sus casitas de verano como les de la gana. Esa tiene que ser una zona protegida porque está dentro del Ávila. Hay que establecer ordenanzas y normativas para que sea respetado y que no se dañe el Ávila», agrega la también arquitecta.
A Sanabria, quien cree que el haber separado el Humboldt del resto del complejo fue uno de los errores más grandes que se han cometido en el país en materia de turismo, le parece que fue cuando «el conjunto se empezó a desglosar y trabajar aisladamente» que el proyecto quedó inconcluso.
Así, la incorrecta definición de los objetivos bajo los que se trabajarían en el Hotel Humboldt y las malas decisiones que se tomaron en las diferentes administraciones que pasaron hasta hoy, terminaron por convertir lo que pudo ser en un gran atractivo turístico para Caracas en un reducto de allegados a los gobiernos de turno, una condición que sin duda el chavismo ha potenciado.