Recorriendo el centro: una experiencia «premium» que expone las desigualdades de Caracas
La apertura de locales comerciales en el centro de Caracas se convirtió en una tendencia en los últimos meses, con la aparición de decenas de negocios que parecen querer atraer audiencias provenientes del este de la ciudad y cambiar la dinámica comercial del oeste. El equipo de TalCual realizó un recorrido por los principales puntos de interés de esta «renovada» zona, repleta de contrastes y desigualdades
Recorrer el Sambil de La Candelaria es una experiencia disonante. Desde cualquier rincón del centro comercial, solo basta con levantar la mirada para contemplar un colorido decorado de globos guindados del techo en el sexto nivel, donde se encuentra el principal atractivo de la gigantesca infraestructura: la «zona gastronómica».
En un intento por desmarcarse del desgastado concepto de «feria de comida» que languidece en la mayoría de centros comerciales, el Grupo Sambil apostó por ofrecer una mejor experiencia de usuario, apoyándose en una apariencia de lujo y glamour con franquicias y marcas de alto perfil que habitualmente están en el este de la ciudad, comúnmente relacionadas con los estratos de clase media-alta y alta.
Al subir hacia la zona gastronómica, lo primero que captura la atención es el bar abierto de MoDo, una versión condensada del restaurante ubicado en La Castellana. El local está conformado por dos barras ubicadas a cada extremo, con repisas que exhiben una gran variedad de licores. En el centro, mesas que pueden ser ocupadas por cualquier cliente del piso, incluso si consume productos de otro local.
Tan solo con sentarse a ordenar, se empiezan a evidenciar los contrastes con la experiencia de usuario ofrecida en su contraparte de Chacao. En las mesas, colocan un triángulo de plástico con el mensaje «desocupe cuando acabe de consumir», pese a que hay plenitud de mesas en una tarde del jueves. Los meseros se acercaron a tomar el pedido tras unos minutos, pero no sin antes consultar a los clientes cuál sería el método de pago, pues «no tenían sencillo» para el cambio en caso de que el pago fuese en divisas.
Echar un vistazo a la carta de bebidas implica tragar grueso y preparar el bolsillo, pues los productos más económicos son las cervezas nacionales a $2. Las marcas importadas pueden costar $3 o hasta $4 por botella. La oferta restante no hacía más que subir de precio. Copas de vino tinto desde $5, tragos de ron, vodka, whisky, ginebra y tequila desde $3 hasta $10. Las botellas más caras del menú eran de whisky Buchanan’s 18 años y tequila Don Julio Reposado, ambas a $110.
La elección fue una «coronita», pero la respuesta fue negativa, se habían agotado. Lo mismo ocurrió con un segundo intento, con la Solera Azul. Por descarte, el pedido acabó siendo de dos Soleras Verdes. Fue inevitable recordar que la tasca de comida china, a tan solo una cuadra del centro comercial, ofrece mayor variedad de birras a la mitad de precio.
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Alrededor de MoDo se encuentran los demás locales de la zona gastronómica. Las franquicias, que son el principal atractivo del centro comercial, dejan ver ciertos contrastes. Locales como Bambola, heladería con sede principal en El Hatillo, comparte espacios con alternativas de comida más económicas, como la comida rápida de Caracas Burger, que ganó reconocimiento por vender cantidades enormes a precios razonables.
Pero el mayor de los contrastes lo puede experimentar cualquier persona al abandonar el centro comercial. En menos de cinco minutos, la vista cambia por completo, de la adornada terraza repleta de restaurantes en el centro comercial, a cruzar la avenida Vollmer por debajo del puente Rubén Darío, donde la suciedad, el óxido, la hediondez y la oscuridad —que empieza a penetrar avanzada la tarde— entorpecen la experiencia de visitar el Sambil de La Candelaria.
La parte inferior del puente Rubén Darío es muchas veces el hogar de indigentes para pasar la noche. Desde allí, contemplan la gigantesca estructura del Sambil. En la salida contraria, que da a la Avenida Norte 17, la vista no mejora, pues las calles deterioradas y los edificios antiguos son un factor común de la zona, pero sí se encuentra otro punto de referencia para la alta clase, el Hotel Waldorf, cuya terraza es otro lugar que permite evidenciar los contrastes del sector.
Allí se ubica un restaurant que exhibe una carta con precios premium, acorde con la experiencia que afirman ofrecer al momento de pedir una reservación vía Whatsapp.
«Ofrecemos cocina ítalo mediterránea en nuestro restaurante Il Pappardelle, entretenimiento en nuestro exclusivo Skybar ubicado en una hermosa terraza con piscina y vista al Ávila», afirma la descripción del contacto en Whatsapp.
Como no se requiere hospedaje en el hotel para acceder a la «exclusiva» terraza, este lugar es idóneo para continuar con el recorrido por el centro de Caracas. Aunque, una vez más, el lujo que reflejan los precios no se corresponde con el entorno y la experiencia.
Desde la terraza del Waldorf no solo es posible ver el Ávila, sino también los deteriorados edificios que comparten cuadra con el hotel, por no mencionar las calles desgastadas y el caótico tránsito vehicular que ha caracterizado siempre a esa zona del centro.
La atención en Il Pappardelle es, sin dudas, mejor que la vislumbrada en MoDo. Sin embargo, cuando los precios son elevados y el target apunta a la exigente clase alta, los detalles marcan la diferencia.
Una estadía de 30 minutos en la terraza del Waldorf fue suficiente para ver estos detalles. En esta ocasión, uno de los meseros colocó una pequeña figura circular de madera debajo de la mesa para evitar que se tambaleara, pues no estaba nivelada. Posteriormente, tomó la orden. Fueron dos copas de tinto de verano por $6 cada una. Al pedir la cuenta, una vez más, preguntaron por el método de pago, también preocupados por el cambio.
Una vez cancelada la cuenta del restaurante del Waldorf, el siguiente punto del recorrido sería la Plaza de la Candelaria, lugar en el que convergen los residentes y visitantes del sector, donde pasan su tiempo quienes no pueden acceder a los locales de alto perfil que empiezan a abundar en el centro.
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Fuera de la burbuja
Conforme se oculta el sol y empieza a caer la noche, la Plaza de La Candelaria parece recibir más visitantes. Es un lugar donde se encuentran niños que juegan a la pelota, feligreses que visitan la Iglesia Nuestra Señora de La Candelaria, practicantes de otras religiones que predican sus creencias, jugadores de dominó o de cartas, y personas que simplemente se sientan para hablar. El consumo, sin embargo, es reducido, según testimonios.
Unos pocos carritos de barquillas, cotufas y algodón de azúcar por precios solidarios sostienen la única oferta dentro de la plaza. En las calles que la rodean, puestos de perros calientes y un centro comercial poco visitado con locales de comida. A pesar de la variedad de opciones, en la plaza se observan pocos consumidores. Casi nadie acompaña sus conversaciones o juegos con productos comprados en el lugar.
Muchos no tienen el poder adquisitivo para participar en este aluvión comercial que experimenta la zona. A pesar de mantenerse al margen, se muestran optimistas ante los cambios que experimenta La Candelaria, con más actividad nocturna y afluencia de personas que en los años anteriores.
Sentado en uno de los muros que forman las laderas de las escaleras de la plaza, se encontraba Eduardo González, un residente de La Candelaria que manifiesta alegría con el impulso comercial que ve en su entorno. «Ha cambiado algo, ahora hay más movimiento. Antes había un solo perrero en esta cuadra, ahora hay como siete en la misma cuadra y hay más consumidores. Es positivo porque hay más movimiento, eso ayuda a la economía», opinó.
El ambiente que se respira en la plaza invita a pensar que todos los habitantes de la comunidad comparten la opinión de Eduardo. Aunque, sin darse cuenta, poco a poco quedan relegados y excluidos de una burbuja comercial impulsada por bolsillos más abultados.
Congregada con un grupo de personas en una actividad religiosa, Omaira Contreras también celebró la vitalidad que cobró La Candelaria a raíz de la apertura del Sambil. Meses atrás, no habría podido compartir con su grupo religioso pasadas las 6:00 pm, pues las calles empezaban a vaciarse cuando el sol se ocultaba.
No obstante, el relato de Omaira se opaca al confesar que poco a poco ha tenido que cambiar sus hábitos de consumo. Su bolsillo no aguanta la presión de los precios, que suben conforme aparecen más locales. La aparición de tiendas formales en una zona que también se caracterizaba por la informalidad, ha conducido al cobro de impuestos que antes eran incluso ignorados por las autoridades. Esto provoca un encarecimiento de los bienes y servicios ofrecidos en La Candelaria y sus alrededores.
«Nosotros tenemos un local y ahora nos van a cobrar derecho de frente, aseo y todo eso, aparte del condominio. Antes no lo cobraban. Pero estamos contentos de que abrieran nuevas tiendas, porque estábamos asustados de que todo estaba cerrando, ahora más bien vienes el viernes a comerte una barquilla y no hay donde sentarse», comentó con alegría.
Los testimonios de los residentes confirman que el cambio es evidente. No podría ser de otra forma considerando que en los años previos hubo una profundización de la crisis económica y una pandemia que contrajo la actividad comercial. Aun así, consideran que mucho de este resurgir tiene que ver con el Sambil de La Candelaria.
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Antes de abandonar la plaza, otro residente compartió sus impresiones. Joel Contreras ha vivido en San Agustín desde hace 25 años y le alegra ver más comercios en una zona que, cree, incrementará su valor en los próximos meses.
«Es obvio que todo lo que está al borde de La Candelaria va a cambiar y que los locales van a ganar más valor. Todo está cambiando desde la apertura del Sambil, incluso antes. De noche se ve más vida. Antes, después de las 7:00 pm ya estaba todo oscuro. Ahora, los locales cierran a las 9:00 pm o a las 10:00 pm», recalcó.
Lujo «ni tan» caro en el centro de Caracas
A tan solo una cuadra de este grupo de personas, otros disfrutan de una cena en uno de los locales con mejor ambiente de la zona, el 1011 Bistró. Apenas 200 metros —tres minutos de caminata— separan ambos lugares, pero ese tramo de la Avenida Este 0 no es el más agradable para un paseo a las 7:00 pm.
Poca iluminación, huecos en el asfalto, aceras deterioradas y basura por doquier son la antesala a la entrada del 1011 Bistró, ubicado en la esquina Ferrenquín, un punto céntrico en el que convergen cuatro calles descuidadas y difíciles de transitar en horario nocturno.
Al ingresar al local —en el cual es común solicitar reservación—, el ambiente cambia por completo. 1011 Bistró se siente como una cápsula dentro de las precariedades de las calles que lo rodean. El contraste es apreciable en tiempo real, puesto que el establecimiento dispone de un enorme ventanal con vista a la avenida en todo momento.
La propuesta de 1011 Bistró es una de las más estéticas del sector. La disposición del espacio, el diseño de interiores, la iluminación, la presentación de los trabajadores e incluso sus novedosos baños mixtos son una bocanada de aire fresco entre tantos locales de alto perfil que no alcanzan los estándares que demandan sus precios.
A las 7:10 pm el local está aún a medio llenar. Pese a estar relativamente vacío, solo dos mesas sin reserva estaban disponibles. A los pocos minutos, empezaron a llegar comensales. En el grupo de clientes figuraba incluso una familia extranjera. Llegadas las 7:30 pm y con casi todas las mesas ocupadas, el ambiente mejoró. Subió el volumen de la música y una amplia pantalla LED que ocupaba una pared casi en su totalidad empezó a transmitir videos musicales.
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Mientras el ambiente llegaba a su punto, los meseros pedían la orden. Sorpresivamente, los precios no eran tan elevados como se podrían esperar considerando otros locales de este perfil. El plato individual más costoso de la carta es el Risotto Di Manzo, con un costo de $15. Los demás platillos principales se mantienen en un rango de entre $9 y $13.
La estadía en 1011 Bistró fue de aproximadamente una hora. Al pedir la cuenta, aunque el personal del restaurante no expresó cuestionamiento alguno con el método de pago, ofrecieron parte del cambio vía pago móvil, que tardó casi tres horas en efectuarse. El personal del restaurante afirmó que en el transcurso de la noche se haría efectivo el pago.
La burbuja que explota de noche
Llegada la noche, a las 8:15 pm, aguardaba el último tramo de una suerte de ruta gastronómica por el centro de Caracas, con la plaza El Venezolano como destino final del recorrido. La distancia es de apenas tres cuadras, menos de un kilómetro, pero ni siquiera la proliferación de comercios en la zona mitigan lo intimidantes que pueden llegar a ser zonas como la avenida Fuerzas Armadas y la esquina La Marrón bajo el cielo oscuro.
Las cuadras siguientes presentaron el incómodo retrato de los sectores del centro que no forman parte de la burbuja comercial. La experiencia incluyó calles desoladas, pavimento deteriorado, personas hurgando en la basura y un silencio sepulcral que era ocasionalmente interrumpido por los intimidantes sonidos de los motores de motocicletas que circundan la zona.
El arribo a la plaza El Venezolano, hogar de la principal zona gastronómica del centro, se sintió como un lugar seguro. Sin embargo, para las 8:30 pm casi todos los locales del lugar ya habían cerrado.
La plaza cuenta con nueve locales con franquicias de peso como la recién inaugurada Cantina, pero tanto este nuevo establecimiento como otros siete ya habían cerrado sus puertas. El único negocio que se mantenía abierto era Páramo. Mientras tanto, la plaza y sus alrededores, se encontraban completamente despejados, en contraste con la dinámica que tendrían un jueves en la noche zonas comerciales como el bulevar de Sabana Grande, Las Mercedes o El Hatillo, con propuestas similares a la que trata de implementarse en el centro de Caracas.
Así concluyó un recorrido en el que destacaron los contrastes del disonante centro caraqueño, con una burbuja comercial que colinda con una población golpeada por una crisis económica que se ha extendido durante más de una década y que, desde la distancia y completamente al margen de este fenómeno, celebra un atisbo de actividad en su comunidad.