Recuerdos de Yogi Berra, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Esto no se acaba sino hasta que se acaba”
Yogi Berra (1925-2015)
Mi amigo y colega, el doctor David Gentili García, es uno de los clínicos más agudos que jamás haya yo conocido. Formado durante muchos años en las salas de cuidados intensivos del Mount Sinai, el magnífico hospital de Manhattan, David es, naturalmente, fanático de los Yankees de Nueva York. De allí que en la cotidianeidad del ejercicio, en medio de situaciones médicas altamente complejas, David frecuentemente sorprendiera al staff con alguna cita de uno de los más célebres personajes de la larga historia de los “mulos” del Bronx: Lawrence Peter Berra, el bien conocido “Yogi” Berra. “Cuando encuentres una bifurcación en el camino, tómala”, dijo una vez a quien notara inseguro frente a una decisión clínica difícil. O “puedes observar mucho tan solo con ver”, a quien obvió algún dato de relevancia en la historia clínica del enfermo.
La medicina del enfermo crítico castiga el razonamiento ligero y carente de profundidad, pues las leyes que rigen a la biología humana suelen ser inexorables. Así lo constatamos con frecuencia en los grandes dramas clínicos que plenan estas salas de cuidados intensivos: el politraumatizado, el gran quemado, el isquémico, el séptico, el trasplantado… “El paciente estaba de lo más bien, pero de repente se bloqueó”, se lamentaba uno de los residentes. “Estuvo estable toda la tarde, pero en la noche la radiografía de los pulmones se puso blanca y tuve que reintubarlo”, se quejaba el otro. Son escenas de todos los días en estos duros medios en los que la medicina se ejerce en el filo de la cornisa. De manera que si algo hemos aprendido al precio de grandes amarguras es que en la medicina del enfermo crítico, el juego solo se acaba cuando el umpire “canta” el out número 27. Ni antes ni después.
Lo mismo ocurre en la política. Juan Guaidó es, en toda regla, un líder situacional. Ejerce la presidencia pro tempore de la Asamblea Nacional en virtud de un sólido acuerdo entre las principales fuerza políticas alrededor de las cuales está organizada la oposición democrática venezolana. Un acuerdo con frecuencia vituperado y muchas veces vez amenazado por irresponsables sin sentido de estado y que hoy es pivote principalísimo alrededor del cual opera una compleja, sólida y bien trabajada política diseñada tanto fuera como dentro del país; una política que nos ha conducido –ahora sí- al escenario más favorable para toda una sociedad civil que ha tributado 20 años de vida a la causa democrática venezolana.
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Sin reparar en todas esas novelerías rosa que tanto gustan, en las cadenas de WhatsApp y en las caricaturas de Matt Groening; bien lejos de quienes reducen las complejidades de la historia a la eterna búsqueda de un nuevo personaje mesiánico, Guaidó ha sacado a relucir dotes de político disciplinado y de fuste perfectamente persuadido de aquello que debe y no debe hacer. Desatendiendo los siempre seductores e insensatos cantos de sirena de quienes con halagos insisten en hacerle aparecer como un providencial slugger que nos ha de sacar de esto de un solo batazo, Guaidó ha ejecutado los mandatos del acuerdo suscrito por las fuerzas democráticas venezolanas con precisión ingenieril, al punto de haber puesto al régimen chavo-madurista definitivamente contra la pared. Conforme a su formación como ingeniero industrial, Guaidó ha sabido manejar de manera impecable recursos, tiempos, márgenes y rutas críticas para conducir este nuevo esfuerzo nacional hacia un cambio con certidumbre que nada tiene que ver con los que, en otros tiempos, invitaban al país simplemente a saltar por el balcón.
Guaidó, competente “bateador designado”, es consciente de que si hoy tenemos al país en “posición anotadora” no es por mera casualidad
Un largo y difícil camino de 20 años debió ser recorrido para llegar hasta aquí: el camino de la construcción de una alternativa pacífica, constitucional, democrática y electoral para Venezuela y nunca el de una “parada” aventurera o, peor aún, el de una “solución final” carente de consensos que terminara por sustituir a una camarilla por otra. Nunca faltó el manager de tribuna de siempre que desde alguna cómoda posición dentro o fuera del país, protegido por el anonimato del mundo 2.0, acusara a la dirigencia de hipogonadismo político (la muy venezolana “falta de bolas”) o, peor aún, de connivencia con el régimen. Irresponsables que desde su asiento en las gradas y cervecita en mano, ordenaban hacerle swing a todo lanzamiento sin reparar en que seríamos “ponchados”; espectadores puestos a buen resguardo mientras decenas de venezolanos caían muertos en las calles a manos de la violencia represora y que quisieron convencernos de que, en beisbol, el diamante es un hexágono, las bases son 5 y el home no está sino donde ellos lo pongan.
Son los bocazas políticos de siempre, quienes bien financiados e instalados en Madrid, París o Boca Ratón, creen que el adversario es “mocho” y que no juega. Porque como del beisbol dijo Yogi Berra, en política el juego también es “90 por ciento mental”. La otra mitad, “que es puro físico”, la estamos poniendo los venezolanos en las calles de Caracas, del interior del país y de casi todas las esquinas del mundo. El país y la comunidad democrática internacional están hoy alineados como nunca antes en pro de un único y claro objetivo: devolver a Venezuela al seno de la comunidad de naciones libres y prósperas del mundo. Esa es la tarea que nos ha puesto la historia, no la de velar por las agendas particulares de quienes desde las gradas están menos pendientes del desarrollo del juego que de atajar las pelotas que salen de foul. Este país bendito de Dios, que fuera la tumba del absolutismo en este continente en el siglo XIX, lo será del comunismo en el siglo XXI.
Último inning, bases llenas. En el cajón de bateo, el pueblo de Venezuela. El público de pie en las gradas. Las fuerzas de la oposición democrática apelando a su mejor roster. No se atiendan en esta hora suprema a “mamadores de gallo” que desde la tribuna le apuestan todo a un “wild pitch”.
Quienes nos adversan tienen más de medio siglo de experiencia machacando pueblos; experiencia que están aplicando hoy sobre el nuestro con todas sus fuerzas. Nada de improvisaciones ni de rolincitos “podridos” que son out seguro.
Es el momento de la cabeza fría y de la disciplina de hierro al lado de la emoción más sincera y legítima. Porque en beisbol no hay inminencias sino nueve innings a ser jugados uno a uno, lanzamiento a lanzamiento. Porque el juego no termina sino hasta que se termina y porque ya una vez, hace muchos años, igual fervor terminó siendo aplastado en las calles. Fue un 11 de abril. Íbamos ganando. La conducción política se “carmonizó”. Y nos dejaron en el campo