Recuerdos del ayer, por Fernando Rodríguez
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Los venezolanos, básicamente de clase media, inventaron una ingeniosidad producto del infierno en que vivimos y que decía: “éramos felices y no lo sabíamos” para referirse a nuestras vidas antes de que las hordas militares y cívicas del chavismo acabaran con el país y con nuestras esperanzas de una vida más o menos normal, con sus altos y bajas, con su ocasional dosis de felicidad, siempre ambigua y fugaz. Todo lo cojitranca que se quiera nuestra democracia nos daba un margen de libertad más o menos aceptable.
Y nuestros salarios nos daban para una vida digamos que digna, con güisqui bueno o regular y alguna escapadita al exterior muy de cuando en vez. Margarita a menudo y el ahora denigrado Plácido Domingo en el Teresa Carreño, que algunos veían de cerca y otros se enorgullecían de lejos.
Uno el profesor universitario, para hablar de lo que sé, no la pasaba mal. Primero, porque la universidad funcionaba, con sus achaques, autoridades ahora nada lucidas, descenso del nivel de los nuevos aspirantes y sueldos adelgazados. Pero ahí estaba, erguida, la casa que vence las sombras, con sus actos de grado, para mí un signo de permanencia, llenos de orfeón, lágrimas y ritos, nada menos que en el Aula Magna, de Villanueva y Calder.
Ahora no somos nada, una secta de mendicantes en un patrimonio de la humanidad hecho un muladar físico y un objetivo preferencial de delincuentes, con unas autoridades en proceso de momificación y, según otros, de ser incineradas en público, expuestos a morir de hambre o falta de remedios (sic).
Un buen grupo picó los cabos cuando empezaron a ver las colas y la escasez y dale rápido que de patriotas está el infierno lleno. En Miami y Madrid maldicen al tirano. Uno el jubilado la pasa negras, sobre todo humanistas y sociólogos, que no pueden ni matar tigres como médicos e ingenieros, además de viejos y ahora vulnerable al corona.
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Ya perdió presencia el dicho comentado. Y algo así como un sentimiento de culpa se cuela en nuestro inconsciente de opositores. Según el muy reconocido economista Asdrúbal Baptista un 40% de los venezolanos eran pobres para el fin de la pasada república. Eran infelices y lo sabían. Nosotros como que nos hacíamos los desentendidos, pero eran casi la mitad de los conciudadanos.
En estos días oí un economista muy creíble y algún otro hablar de los cuarenta años de decadencia de nuestra economía, o sea, que la decadencia comenzó antes, que hay un continuo. Baptista escribió que un sueldo de la buena época de la democracia, antes del viernes negro, de dos mil y tantos bolívares había terminado en 700 a fines de los noventa.
Había una televisión que algunos añoran, no hay duda que la actual es diez mil veces peor, estupidizó a los venezolanos a punta de alimentarnos de basura audiovisual durante medio siglo y les inyectó la antipolítica, en especial RCTV, que – ¡diantres!- es la que motivó la única revuelta propiamente estudiantil de la era Chávez y no la destrucción sádica de sus universidades (Cuidado Guaidó que te he oído unos suspiros al respecto).
Los grandes partidos políticos terminaron, olvidando o agrediendo a sus patriarcas y sus ideologías, Betancourt y Caldera. Bueno y por último fueron votos de venezolanos, y no cubanos o iraníes, los que llevaron a la primera magistratura al teniententillo inculto y ególatra, ebrio de poder y sin ética. Y muchos notables en todos los ámbitos.
De manera que si queremos ser nuevos y promisorios venezolanos hay que hacer una limpieza muy honda del inconsciente, barrerlo y desinfestarlo. Para dejar lo bueno, que lo hubo, en tantos que creyeron en las ideas y se la jugaron por ellas. Que entendieron que ser venezolanos no era perseguir, a cualquier costo, el billete petrolero. Y que hubo veinte años de un país donde crecían seriamente las oportunidades para bastantes que hasta doctores se hicieron.
Yo pienso que hay mucho más como en todo inconsciente, nada que hay que seguir “trabajando” en las profundidades que hay muchos fantasmas que esperan ser corporeizados. Verbigracia, nuestra incapacidad actual de responder los agravios y la depauperación.
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