Recuerdos (II), por Teodoro Petkoff
Como era de esperarse, algunos así llamados «analistas políticos» embistieron ayer contra el criterio subyacente en el editorial, que recordaba episodios de hace más de medio siglo. Nos interesa rescatar uno de los argumentos en contra: estaríamos desestimulando la lucha contra Chávez. Pues es todo lo contrario. Recordar la historia de los fracasos ayuda a no tropezar dos veces con la misma piedra. Desde luego que no se trata de extrapolar los hechos de 1950, para meterlos forzadamente dentro del contexto actual. Son situaciones completamente diferentes. Sobre lo que pretendemos llamar la atención es acerca de los métodos de lucha y la necesidad de ajustarlos a las condiciones que se viven, sin confundir los deseos propios con la realidad. Dicho de otro modo, sin creer en pajaritos preñados.
Cuando las fuerzas políticas venezolanas comprendieron la necesidad de superar el golpismo como opción y de tener una actuación unitaria, más allá del sectarismo y la soberbia, hicieron posible la conformación del gran movimiento popular que acabó con la dictadura. Cuando Pérez Jiménez convocó el plebiscito de diciembre del 57, desconociendo su propia Constitución, un mes después estaba caído. El llamado a huelga general para el 21 de enero de 1958 se engarzó en una crisis política terminal del régimen y provocó una insurrección popular. La consiguiente intervención militar no pudo ser confiscada por el «perezjimenismo sin Pérez Jiménez» precisamente porque el gran actor del proceso había sido el pueblo insurrecto, que el propio 23 de enero sacó de la junta militar a los generales Casanova y Romero Villate, perezjimenistas de uña en el rabo, y cambió el carácter del nuevo gobierno. Lo que importa señalar es que la huelga general y la insurrección no fueron recursos artificiales sino exigencias de una situación política que los hizo viables y exitosos.
Por supuesto, las diferencias entre las dos épocas son más que obvias. Comenzando por el «detalle» de que la de Pérez Jiménez era una dictadura militar frente a la cual no había prácticamente ninguna alternativa que no fuera la insurreccional, tanto civil como militar. El de Chávez es un gobierno insoportable, ciertamente, pero sostener que se trata de una dictadura militar que no deja opciones constituye un diagnóstico que puede conducir a decisiones equivocadas y a fracasos. Por eso las formas de lucha cuentan tanto. Y ningún sector extremista y minoritario puede imponer sus propios desvaríos como línea de conducta a todo el movimiento popular.
En este sentido vale la pena prestar atención al comunicado de ayer de La Embajada (ya se sabe que la de EEUU es la embajada por antonomasia). Aun a reserva de que ese comunicado pudiera constituir una suerte de intromisión indebida en nuestros asuntos, su evidente sentido político antigolpista (de cualquier signo), su rechazo explícito a los demenciales llamados públicos al golpe y su apelación a la solución pacífica y negociada de la crisis no pueden dejar indiferente a nadie. «Cómo estará el Chama cuando derrama», dicen en Mérida. Qué no sabrán los gringos que nosotros no sabemos o apenas intuimos.