¡Referendo!, por Fernando Rodríguez
Se supone que, en el fondo del diálogo entre gobierno y oposición en Ciudad de México, generalmente en todo diálogo que quiere restituir la normalidad democrática, subyace el respeto a la Constitución. Tanto que así comienza el Memorándum de entendimiento ya firmado por las partes, como primer mandato, como emblema se diría: “Bajo el amparo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela”. Lo cual es una manera eficaz y altamente orientadora para dirimir los puntos en cuestión: dentro de la Constitución todo, fuera nada. Por supuesto no se puede dejar de lado que la Constitución es susceptibles de interpretación, incluso de alteraciones monstruosas como las que ha practicado el chavismo desde que existe. Pero es una buena brújula invocarla como instancia común fundamental si se quiere realmente entenderse, cumplir los loables fines en que se ha empeñado la palabra. Por devaluada que pueda estar ésta para los dialogantes, sí, todo es un rollo.
Ha quedado claro, al menos hay algo claro, que, para la oposición, o aquí entre nos sobre todo para una parte significativa de ésta –sí, por supuesto, tiene facciones–, el punto álgido de toda la transacción, el único ha dicho Guaidó y del que cuelga el otro, esencial para el gobierno, el levantamiento de las asfixiantes sanciones económicas, es la elección presidencial adelantada, hecha como se debe por supuesto. Si esto es así y por lo visto lo es y cuya única variante, poco deseable, es que se fragmenten los buenos de la película sobre el álgido punto, hay que esmerarse en tratarlo con buen tino.
Ahora bien, si es cierto que la Constitución es el gran territorio donde todos dicen habitar, no creo que sea muy interpretable el artículo que establece el revocatorio, el 72: “Todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables.
Transcurrida la mitad del período para el cual fue elegido el funcionario o funcionaria un número no menor del veinte por ciento de los electores o electoras inscritos en la correspondiente circunspección podrá solicitar la convocatoria de un referendo para revocar su mandato…” y así sigue, búsquelo. La Constitución, además, fija las normas básicas para su instrumentación. Así la cosa resulta más simple, basta obedecer el espíritu y la letra constitucional para tratar de desanudar el nudo del cual depende el resto.
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Esto tiene sus ventajas para el mismo Maduro, al menos si se compara con una elección ad hoc para su eventual salida. Paradójicamente lo legitima, se revoca al electo (debidamente) y no se le decapita por haber hecho fraude, por un innoble delito cívico. Además, es una figura que podía ser comparable en espíritu con aquellas elecciones, por ejemplo, que “parten” en dos el mandato de los presidentes norteamericanos. De manera que, por ese lado, hay tantísimos otros, Maduro podría salir decente y democráticamente de un cargo que ya ha ocupado por bastantes años y que debe reconocer que los últimos, al menos, no han sido muy floridos.
En pocas palabras que en pro de la paz y la reinstitucionalización del país el régimen de más de veinte años, que es bastante, ¿no?, apostaría a oír el pueblo como la Constitución de Chávez lo manda, porque imaginaba que su reino duraría tanto como soñaba Hitler para el Tercer Reich. Y, por último, quién quita que legalmente, o con las acostumbradas triquiñuelas, Maduro piense que el amado pueblo le daría su visto bueno por los favores recibidos.
Lo que se le pediría al gobierno es que no sabotee ese derecho, es decir, la Constitución, como hizo arteramente en el primer gobierno madurista y, tampoco, con los ardides de Chávez en su momento y que, justamente el propio Jorge Rodríguez ejecutó, según explícita confesión del difunto. Parece que al menos así que tirios y troyanos podrían recomenzar sus vidas con más decencia y paz democrática.
Ya sé que esto suena ingenuo para la mayoría, que tiene la idea inconmovible que Maduro no suelta el coroto de ninguna manera, al menos hasta el 24, y cuidado si más. Y que buena parte de éstos son opositores, ya dispuestos a cohabitar, más o menos estrechamente, muy humildemente. En cualquier caso, este nos parece el mejor camino, a lo mejor transitable.
Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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