Repensar el bienestar desde lo posible (Parte II), por Omar Ávila
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La semana pasada escribí la primera parte de este artículo en el que desarrollé el diagnóstico y el marco, en el que propongo un cambio de enfoque, donde además de trabajar por mejores ingresos, trabajemos por ampliar capacidades desde lo local. Para ello, en esta segunda parte hablaré tanto de la acción, como del método para lograr el bienestar de nuestro pueblo, desde lo posible.
Tres problemas cotidianos, tres rutas de solución
Hay obstáculos que se repiten en casi todas las comunidades venezolanas. No son abstractos ni ideológicos: son concretos, medibles y –esto es clave– solucionables con organización y método, aunque los recursos sean limitados.
El tiempo que se nos va en colas y trámites. Cada hora haciendo cola para un certificado, un permiso o un pago es una hora menos de trabajo productivo, de cuidado familiar o de educación. Aquí funcionan las jornadas móviles de atención por parroquia, los sistemas simples de citas por WhatsApp, los formularios que se pueden llenar antes de llegar. No se necesita tecnología sofisticada: se necesita voluntad de simplificar.
El transporte que no llega o llega cuando quiere. Este es quizás el problema más doloroso para millones de venezolanos. La solución no vendrá de un día para otro, pero sí podemos organizarnos mejor: mesas técnicas donde transportistas, comercios y vecinos acuerden horarios y frecuencias en horas críticas; señalización clara en paradas; rutas de conexión entre puntos clave como mercados, ambulatorios y escuelas. En algunos sectores, incluso, se pueden explorar sistemas cooperativos de transporte compartido.
El agua y la luz que van y vienen. Nadie puede planificar su vida con servicios aleatorios. Mientras se recupera la infraestructura –tarea que toma tiempo y recursos–, hay acciones inmediatas: calendarios públicos de mantenimiento preventivo, puntos comunitarios de abastecimiento de agua, protocolos familiares de almacenamiento seguro, bitácoras de fallas que permitan al menos anticipar y mitigar. La predictibilidad, aunque sea de la escasez, es mejor que el caos.
Medir para saber dónde estamos parados
He aprendido algo en estos años: no se puede mejorar lo que no se mide. Desde Unidad Visión Venezuela proponemos que las comunidades construyan su propio tablero de bienestar con cinco a siete indicadores sencillos, que cualquier vecino pueda entender y verificar: horas promedio de servicio de agua por semana; número de cortes eléctricos y su duración; frecuencia del transporte en horas pico; tiempo promedio en el trámite más común del sector; porcentaje de familias con chequeo de salud preventivo en los últimos seis meses; tiempo real de traslado al trabajo o la escuela, etc.
Estos datos no son para acusar ni para propaganda, son para saber dónde estamos hoy y dónde queremos estar en tres meses. Con esta información, cada comunidad puede priorizar dos o tres intervenciones concretas y verificar si funcionaron. Para nosotros la propuesta no es tecnocrática, es una propuesta democrática: que la gente sepa, decida y evalúe.
No hablo de utopías lejanas, me refiero a una acción que puede arrancar en dos meses, barrio por barrio, sin esperar presupuestos millonarios ni permisos interminables.
En las primeras dos semanas, un equipo vecinal pequeño –tres a cinco personas– elige cinco indicadores clave y abre un canal único de reporte. En las siguientes dos, se hace la primera medición y se mapean los principales cuellos de botella. En las semanas cinco y seis, se convocan mesas técnicas con actores locales para acordar ajustes medibles: dos frecuencias más de transporte en hora pico, una jornada quincenal móvil de trámites, un calendario visible de mantenimiento. En las últimas dos semanas, se aplican los ajustes y se publica un tablero simple -puede ser una lámina en una bodega o una imagen en redes- que muestre el cambio.
Esto funciona porque es técnico, no político. Porque habla de mecanismos y resultados, no de culpas y promesas. Porque compara al barrio consigo mismo -hoy versus hace tres meses-, no con otros barrios ni con estándares inalcanzables.
Mi compromiso
Como representante de esta comunidad, mi trabajo no es aparecer con soluciones prefabricadas ni adjudicarme méritos ajenos. Mi trabajo es facilitar que esto ocurra: conectar actores, conseguir espacios de diálogo, visibilizar experiencias exitosas, defender presupuesto para lo que funcione, y salir del camino cuando la comunidad tome las riendas.
He visto con mis propios ojos –sin cámaras, sin inauguraciones rimbombantes– como la vida mejora tangiblemente, con nuestras campañas de atención. No porque alguien done millones, sino porque medimos, coordinamos e iteramos con la Venezuela profunda.
*Lea también: Repensar el bienestar desde lo posible (Parte I), por Omar Ávila
Al final, esto no se trata de esperar el milagro económico ni el gobierno perfecto. Se trata de recuperar, palmo a palmo, nuestras posibilidades reales. Más tiempo útil, movilidad más predecible, salud más protegida, servicios más confiables.
Venezuela no se arregla con un solo modelo económico ni con un solo partido político, se arreglará cuando miles de comunidades descubran que pueden medir su realidad, coordinar soluciones y verificar resultados. Ese círculo virtuoso -pequeño, sostenido, replicable- es el que construye un mejor futuro, que no se decreta desde arriba, se construye desde abajo, con datos, método y dignidad.
Omar Ávila es secretario general nacional de Unidad Visión Venezuela.
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