Respondiendo, por Américo Martín
A mis nobles y templados amigos Héctor Pérez Marcano, Caracciolo Betancourt, Etanislao González y Macario González
Algunas opiniones se han vertido pidiendo una negociación entre Maduro y Guaidó para concretar el otorgamiento de la ayuda del FMI y la colaboración de la FAN en el sentido reclamado por Guaidó. Si ese punto formara parte de las dos agendas, sería menester resolver temas legales correlacionados, entre otros, el “desacato” y el reconocimiento legal correspondiente de las facultades de la Asamblea Nacional.
Para descongestionar el clima de pugnacidad sería importante liberar a los presos políticos civiles y militares y centrar una mayor atención a las cárceles venezolanas que son peligrosos focos de propagación de la enfermedad.
Por extraño que parezca, esa opinión suscitó una polémica, a ratos colérica, en el seno de la oposición que se extendió a la valoración negativa de cualquier diálogo que pudiera suscitarse entre las dos partes del poder dual instalado como llamativa novedad en la arena política venezolana.
Respetados amigos sugirieron que la condición para una iniciativa como ésa debería ser la libertad de los presos políticos y otros requisitos dirigidos a devolver la plenitud de poderes que se la ha arrebatado a la Asamblea Nacional conducida por Juan Guaidó.
Basta fijarse en las palabras transcritas arriba para descubrir que no han leído o no han entendido mis opiniones que, precisamente, resaltan las exigencias de mis gratuitos críticos. Lo que dije expresamente es lo que ex post me piden que diga.
Hay materia de diálogo, sin duda. Cuerpos de seguridad del Estado no permiten que se distribuya en el país la importante recaudación de alimentos y productos farmaceúticos recaudada por los equipos de Guaidó, mientras que Maduro parece haber sido arponeado por el FMI, institución que le negó la solicitud de una facilidad de financiamiento rápido por USD 5.000 millones, con un argumento perfectamente coherente, para el Fondo y otros entes análogos el presidente es Guaidó y no Maduro.
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Si todavía aspira a recibir esa urgente ayuda en tiempos de exacerbación del covid-19, le convendría negociar. Repito, materia para diálogo hay. El problema es que Miraflores está envuelto en una madeja de contradicciones, quisiera el dinero pero debería reconocer la plenitud de funciones de la AN y, tal como decimos Giuseppe Giannetto -ex-Rector de la UCV- y quien esto escribe, poner en libertad a los presos políticos civiles y militares que abundan en las cárceles del país. Es decir, Giannetto cree deslizar críticas en mi contra porque no leyó lo que escribí sino lo que él imagina que escribí.
Es sumamente grave que muchos no entiendan que los diálogos son armas de los demócratas y no de los autócratas. Ungen, por eso, con los óleos de la democracia a Stalin, Mao, Kim Il Sung, Pinochet y considerarían pecaminoso el abrazo de Bolívar y Morillo para derogar la feroz Guerra a Muerte.
En otro sentido, las negociaciones se han bruñido de un moralismo a ratos infantil. Los ejemplos de diálogos bien armados y bien resueltos son abrumadores a escala mundial. El desarrollado, en medio de peripecias sorprendentes, por Kissinger y Nixon, de una parte, y Mao y Chou En Lai de la otra, restablecieron relaciones amistosas entre dos naciones enemigas cuyo odio se realimentaba cada día. El de Roosevelt y Churchill con la Rusia soviética de Stalin aceleró la caída del eje nazi-fascita en la II Guerra Mundial. Le Duc Tho y de nuevo Kissinger, establecieron la paz en medio de un intercambio de misiles y sangre derramada que parecía insaciable e interminable. Augusto Pinochet y los líderes de la Concertación chilena demostraron que una negociación urdida con inteligencia, podía conseguir resultados increíbles.
Sólo aquí se cree que dialogar es ponerse al servicio de dictadores y enemigos, esa falsa percepción le arrebata a la democracia una de sus armas más importantes, bajo la absurda falacia de que con dictadores no se negocia. Se negocia, señores, con quienes resulte necesario hacerlo.
Una dirección política diestra y democráticamente responsable no debe temerle al diálogo con el adversario o el enemigo, mucho menos si transcurre en medio de la vigilancia comprometida de la poderosa comunidad internacional.
Ciertos amigos piensan que me apasionan las discusiones al punto de provocarlas cuando reina el silencio. Es verdad, pero solo en parte. Creo que la democracia se fortalece en los debates sin concesiones, incluso entre los amantes de la libertad, pero sacarlos de un estrellado sombrero de mago de feria por la sola pasión del intercambio de argumentos, es más un vicio que una virtud.
A los que han impulsado la vehemente oleada crítica contra las opiniones que cinco amigos hemos sustentado, tienen todo el derecho de salir al ring de boxeo, pero si por carecer de verdadera sustancia se refugian en gratuitos infundios o descalificaciones no pueden aspirar a otra cosa que el K.O.
Sé que la mayoría lo hace de buena fe. Sé que mi amistad con ellos seguirá siendo invariable y sobre todo sé que no traicionaré mis convicciones ni mi voluntad de preservar el respeto que siempre he tenido y la consideración por los políticos que, como en los años 20 del siglo pasado dijera Ortega y Gasset, no merecen la mala prensa que generalmente los acompaña.