RIP por un santo sin altar, por Jesús Hurtado
X: @jahurtado15
No todo muerto ‘bailao’ es un malandro. Cuando aquel féretro cargado por mujeres cerveza en mano pasó frente a la capilla, pensé que se trataba de un malandro de barrio, de esos a quienes sus compinches llevan al ritmo de cumbia y ranchera. No podía estar más equivocado.
«Padre, llevamos a enterrar a mi papá y quisiera que diera unas palabras». Aquel muchacho bajito y muy educado, de cara compungida, pero sin tristeza, casi me sorprende haciendo un video del cortejo que, a punta de baile, vuelticas y zarandeos, tardó más de media hora en llegar hasta el sitio reservado para la santa sepultura. Por mucho que los hijos insistían en apurar el entierro, no pudieron. El muerto ya no era de ellos, sino de la comunidad.
Ese tiempo me dio chance para saber que en aquel ataúd que cargaban como si no pesara estaba el cuerpo de un líder de verdad, no de los negativos, de los que dejan cicatrices y dolor, sino de alguien que a su paso por la tierra dejó huellas que perdurarán, una vida ejemplar para recordar, infinidad de anécdotas y, sobre todo, un reguero de caridad.
Un santo de los que no estará en los altares. Su nombre es José Eleuterio Zambrano, mejor conocido en El Cementerio y sus alrededores como “Gocho”, y hacía muchísimos años no veía tanta devoción por alguien fallecido.
Supongo que nacido en los Andes, decidió venirse a Caracas y se instaló por los lados del sur de la ciudad. Contaron sus vecinos que con sus propios recursos económicos y físicos comenzó a construir lo que hoy se conoce como Las Veredas del Cementerio. «No solo ponía la plata, es que él mismo hizo las casas», dijo uno de ellos. Desde esa comunidad lo sacaron en hombros porque «a alguien como él, que nos dio tanto, es justo traerlo a pie», comento una de sus jóvenes cargadoras. Hombros no faltaron.
En el tiempo que llevo haciendo exequias en el Cementerio General del Sur nunca vi a tanta gente atenta a mis palabras. Mujeres, hombres, viejos, jóvenes, niños y adolescentes respondieron al unísono a las plegarias porque se sabían las oraciones, y rezaron el Padrenuestro con devoción auténtica. «Son religiosos porque mi papá se lo inculcó», me dijo otro de los hijos de José Eleuterio. «Él nos llevaba a todos los muchachos los domingos a la misa de 7:30 en la iglesia de San Miguel. Todos sabemos rezar porque él nos enseñó».
*Lea también: Teodoro, por Humberto García Larralde
Contaron que muchacho que se estaba descarriando, muchacho que le caía encima para enderezarlo. «Allí no hay malandros porque él no los dejaba que se perdieran», comentó uno de sus compadres. «A quien le faltaba un plato de comida, allí estaba ‘Gocho’ para dárselo», añadió una señora. “¿Y ahora qué vas a hacer? Te graduaste, pero vas pa’ la universidad. Sin un título no te vas a quedar… Así era él, a todos los animaba a estudiar”, dijo otro vecino.
Dios de bondad: gracias por permitirme estar presente en esas exequias, por darme la oportunidad de conocer a ese buen hijo tuyo que fue José Eleuterio Zambrano, aunque fuera, en tu nombre, para bendecir su tumba.
Jesús Hurtado es periodista
TalCual no se hace responsable por ni suscribe las opiniones emitidas por el autor de este artículo




