Rómulo, por Simón Boccanegra
En los años cincuenta, bajo Pérez Jiménez, en el partido comunista uno oía hablar de Rómulo Betancourt como un «agente del imperialismo yanqui». Además, uno, que era un muchacho, lo repetía. Curioso agente yanqui éste que en su primer gobierno, en 1945, le aplicó a las compañías petroleras el famoso fifty-fifty, que llevó, a punta de impuestos, a que las ganancias de aquéllas se repartieran por mitad con el Estado. Curioso agente yanqui éste que en su segundo gobierno, en 1959-1964, inventó la OPEP y mandó a Pérez Alfonso al Medio Oriente a bregar con los árabes la creación del único cártel tercermundista –aparte de los del narcotráfico– que se tutea con los grandes poderes planetarios. Ahora se cumplen 100 años del nacimiento de este «agente del imperialismo».Total, ahora lo vemos claro, se decía que era un «agente del imperialismo» porque se empeñó en fundar un partido popular, entonces de izquierda, adelantando históricas polémicas con los comunistas que, leídas hoy, demuestran el calado político y teórico, además del coraje, de alguien que en los tiempos de la mayor gloria de la URSS se atrevía a postular la necesidad de un partido de izquierda que no fuera tributario de la gran potencia comunista, es más, que denunciara el totalitarismo. Rómulo, que tenía el empaque y era visto como un caudillo, con un temperamento autoritario y agresivo, fundó un partido para que lo metiera en cintura a él, al jefe; un partido para que mediatizara sus impulsos de caudillo y lo obligara a aceptar que él era sí, el primero, pero entre sus iguales. Primun inter pares, como decían los romanos. Rómulo discutía con el CEN, no le daba órdenes. Ganaba y perdía debates. El caudillo se transmutó en un líder democrático y colocó la primera piedra de un régimen de democrático que, con sus luces y sus sombras, ha resistido no sólo sus propias y terribles carencias, insuficiencias y gruesos errores, sino hasta el deslave chavista. El tiempo transcurrido permite hoy, sobre Rómulo, una visión despojada de la pasión. Como todos los grandes jefes políticos, no todo en él era virtud, no todo en él fueron aciertos, pero, sin duda, fue uno de esos venezolanos de los cuales el país puede sentirse orgulloso.