Salir del laberinto, por Simón García
Twitter: @garciasim
El país es un laberinto que aprisiona a su gente, al gobierno y a la oposición. No tiene sentido discutir quien lo inventó porque no es uno, después que cada actor lo complicó con sus vías muertas y sus senderos que se bifurcan incesantemente.
Para salir de un laberinto hay que reflexionar sobre por qué se está en él y recordar el extravío, la repetición del error cada vez que se amagó una salida ilusoria.
Es probable que el gobierno sea quien tenga menos posibilidades de salir de su laberinto, tan convencido que para lograrlo debe ir siempre a la izquierda, como recomendaba Jorge Luis Borges experto en laberintos ideados en sus sueños, su literatura y su poesía.
Curiosamente es en los descalificados y rechazados partidos donde pueden surgir fórmulas, aparentemente contradictorias, de ir hacia adelante, pero a la inversa de los factores que condujeron al fracaso.
Entre esos factores, tan a la vista que podemos dejar de reparar en ellos, divisamos cuatro, en la esperanza que otros descubran muchos más. Ellos son: 1) El encandilamiento del flash, 2) la formación viciosa de la representación, 3) el manejo destructivo del conflicto y 4) la desaparición del discurso argumentativo y propositivo.
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El flash ilumina y ciega. Todos conocen la reducción del ejercicio político al entusiasmo por pegar un tuit que desfile por la volátil alfombra de las redes. La comunicación digital, un ciempiés con más de 190 pares de patas, lleva un mensaje a más personas que una asamblea de vecinos. Un hecho que desecha la relación personal que hasta hace treinta años fue indispensable para ganar a un simpatizante y convertirlo luego en un elector por razón y emoción.
La representación social que construyen los partidos se ha hecho viciosa, producto del distanciamiento con la gente y sus problemas reales. El político profesional que se forma en alma y conocimientos para competir por la conducción de los asuntos públicos copa todos los espacios de la representación y sopla sin controles sus burbujas de política ficción. ¿Hay algún cuerpo de dirección partidista que refleje nuestra diversidad social, profesional o de intereses específicos?
El manejo del conflicto sólo desde la destrucción muestra que a veces la peor defensa es el ataque. La política es antagónica porque contiene impulsos de construcción. Pero la escena política parece un eléctrico y anarquizado campo de carritos chocando todos contra todos sin propósito.
La política desanima porque sus discursos aburren y la falta de imaginación espanta. Se sustituye lo sustantivo por lo adjetivo y el sentido proyectual de las luchas por una escalada de pugnas internas divorciadas de sentido país, valor ético y enraizamiento en la sociedad. El resentimiento y la exclusión toman el lugar del entendimiento y el acuerdo que es plural si une a los diversos y opuestos.
Los cambios democráticos por vía de las movilizaciones y la participación electoral deben provenir de la orientación de partidos renovados y tan innovadores que sepan conservar lo útil de la vieja forma de hacer política.
El hilo de Ariadna no es la maquinaria o el marketing sino la calidad de su política, estratégicamente coordinada, alimentada por los intereses reales de la gente y centrada en unir todas las energías de cambio que hoy emergen no sólo desde la oposición.