Sanciones, narrativa y propaganda, por Luis Ernesto Aparicio M.
Echando un vistazo a la prensa digital que aun se puede contar en Venezuela, he visto el despliegue de «poderosos» carteles, o vallas como conocemos algunos, desde donde el régimen acusa a la oposición por las deficiencias, el deterioro de los servicios públicos y la escasez, sobre todo de medicamentos.
Debo aclarar que uso el adjetivo poderoso, no porque sea producto de una genialidad, ni mucho menos porque se trate de una maravilla de propaganda electoral o una «verdad», de esa que tanto discutimos. El uso del calificativo es porque va en la línea de la narrativa que espera construir el régimen venezolano.
El recurso manido de «la culpa es del otro» –u otros– aparece de nuevo en el escenario comunicacional de gran propaganda, sumado a los espectáculos que veremos de aquí al 28 de julio. Y como es de esperarse, las entregas serán por partes.
El primero capítulo «novelero» de los escasos en creatividad, ha resultado en una jugada repetida en todos sus libretos: mostrar al «chino», en este caso Tarek El Aissami. A este le han seguido otros de menos rango que el primero, pero que pueden terminar con todos los platos rotos a su cargo, mientras que la cabeza continuaría en su «hospedaje», vaya usted a saber dónde.
En el pasado 18 de abril, ha llegado la etapa de las sanciones. Los Estados Unidos ha decidido «apretar» un poco el freno para la llamada Licencia General 44 y que permitía a Venezuela negociar sus hidrocarburos. En este caso, puede que desde el régimen no conozcan mucho sobre ese beneplácito, pero funcionará como elemento clave para enganchar el cuento sobre como los males por los que a traviesa Venezuela, vienen por su suspensión.
En varias oportunidades he calificado a las sanciones generales, no individuales, como el peor de los instrumentos para intentar encontrar una ruta hasta llegar al puerto de la democracia. Y aquí lo volveré a colocar sobre el tapete con algunas consideraciones.
Las sanciones pueden tener consecuencias negativas para la población civil, especialmente en los sectores más vulnerables, lo que puede generar resentimiento hacia la comunidad internacional y fortalecer el apoyo al gobierno autocrático o lo que es lo mismo, elevar el volumen al discurso para evadir la verdadera responsabilidad del régimen o el tamaño de los anuncios viales.
Los gobiernos autocráticos a menudo cuentan con mecanismos para mitigar el impacto de las sanciones, como la diversificación de sus relaciones comerciales o la represión de la disidencia interna. No sé si esto les parece conocido, pero los autócratas aprendieron el proceso de la resiliencia desde sus vecinos, llámense como se llamen.
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La aplicación efectiva de sanciones requiere un consenso internacional fuerte, lo que puede ser difícil de lograr debido a intereses económicos o políticos divergentes entre los países. Aquí vuelvo a lo mismo: el régimen venezolano cuenta con otros «amigos» que van más allá de los tradicionales en occidente; en ellos se refugia para mantener una aparente normalidad.
De allí que vuelva a llamar la atención sobre el tema de las sanciones y es que ellas, además de ofrecer una especie de «palanca» de apoyo para la narrativa al régimen, pueden estar significando una realidad en el deterioro de la calidad de vida del venezolano.
Una vez más: las medidas coercitivas pueden ser una herramienta útil para presionar a gobiernos autocráticos, pero su efectividad es, comprobadamente, limitada y debe ser utilizada con cautela.
Es preferible acudir a un enfoque más integral que incluya el apoyo a la sociedad civil, la promoción del diálogo y la negociación, y la presión diplomática puede ser más efectivo para promover la democracia en Venezuela y, por qué no, otros países en donde las autocracias mantienen el control.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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