Sangre en El Silencio, por Simón Boccanegra
Ayer nuevamente corrió la sangre y un obrero venezolano murió sobre el asfalto de la plaza O’ Leary. El incidente, en sí mismo, es confuso pero sus motivaciones no lo son. Un sujeto, sin duda identificado con el gobierno porque las versiones dan cuenta de una discusión entre aquél y algunos manifestantes, que no eran propiamente chavistas), disparó contra el infortunado trabajador.Ya antes, en las esquinas de Sociedad y La Gorda, los grupos camorreros del chavismo habían atacado a la manifestación. ¿Qué mueve estas conductas agresivas y brutales? No quiero sugerir que ellas fueron directamente inducidas por el gobierno. Pero no se las puede divorciar de una situación en la cual la prédica intolerante, el permanente lenguaje de zafarrancho de combate, ha creado un ambiente de odio y pugnacidad que ya con desgraciada frecuencia se expresa a través del plomo como argumento inapelable. Rangel debería reflexionar sobre este detalle: las marchas y mitines del gobierno jamás han sido atacadas por sus adversarios. Lo contrario, en cambio, ha venido siendo la norma. Esta violencia contra los adversarios, legitimada por la impunidad, impulsó ayer al gatillo alegre de El Silencio.