Seguridad, por Gisela Ortega
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La seguridad, esa seguridad que es certeza, certidumbre, que es también, confianza y la tranquilidad derivada de la idea de que no hay ningún peligro que temer, es muy difícil de alcanzar y de sentir. La palabra Seguridad deviene del latín Securitas, que a su vez deriva del adjetivo Securus; Se (sin) y Curus (cuidado o preocupación), lo que significa, despreocupado o sin temor a preocuparse: ausencia de peligro y/o riesgo.
Lo opuesto a la seguridad es la inseguridad, un flagelo que atañe al ciudadano en general y lo convierte en un ser cercado, limitado en su libertad, autovigilado, temeroso y en constante sensación de acoso. Conlleva una autodevaluación subjetiva y arbitraria de la propia capacidad de la persona. La inseguridad puede promover estados de timidez, paranoia y aislamiento social, o alternativamente, alentar conductas compensatorias, como la arrogancia, el narcisismo o la agresividad.
No puede, en efecto, haber seguridad en un mundo donde lo que creíamos sólido se esfuma y desvanece; donde un constante cambio de sistemas y estructuras hace que, a diario, tengamos que fabricarnos y hasta inventarnos nuevas y efímeras seguridades; donde nada sentimos seguro bajo nuestras plantas y tambaleándonos en un mundo tambaleante, no podemos ni nos atrevemos a estar seguros de nada ni de casi nadie, donde, en un constante negarnos las seguridades que pensábamos estables, nos movemos entre inseguros por desengañados; donde las seguridades vitales para la existencia no nos son dadas sino que tenemos nosotros mismos que construirnos cimientos y asideros; donde hasta el Derecho ha dejado de ser ese algo firme sobre que apoyarnos y de cuya vigencia y permanencia el individuo podía estar seguro; donde no son seguros ni los valores, ni los principios, ni los ideales, ni podemos estar seguros de los afectos ni de los sentimientos; donde, a fuerza de arrebatársenos seguridades, acabamos por no tener más seguridad que la de nuestra inseguridad.
No hay seguridad en las conductas ni en las reacciones que se han vuelto mudables, imprevisibles y acomodaticias; no hay seguridad de que se sigan las políticas, los planes y los proyectos ni de que se cumplan las promesas, sino que campea, osada y expectante, una riesgosa y desordenada improvisación; no son ya ni seguras las cárceles, (incluso en países del primer mundo “suicidan” a presos con información sensible), ni lo son tampoco los agentes de seguridad.
Porque la vida es adicionalmente inseguridad; porque nunca como ahora es tan precario el presente e inseguro el mañana: porque estamos inseguros, incluso de si vamos a vivir ese mañana, tenemos que reaccionar a la inseguridad radical construyendo la seguridad de un mundo que nos asegure la vida, la cual tendrá un perfil distinto según sea la ecuación de seguridades que ese mundo brinde y represente.
Vivimos en la actualidad en un mundo peligroso, alarmante e inseguro. Hay inseguridad en el campo, en el hogar, en la calle; por la criminalidad y el hampa desatadas; por la acción del terrorismo, por los múltiples crímenes e impunes delitos contra la vida y la propiedad. Hay secuestros, invasiones, extorsiones. Es una inseguridad, -que lejos de incitar para permanecer alertas-, tratan injustificadamente de justificar como reflejo de la que se vive en el planeta.
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Ante esta inseguridad, la ciudadanía consciente reclama y exige la intervención de que, quienes gobiernan, cumplan con sus funciones tutelares de garantizar la vida y la seguridad de su población. De modo democrático, siempre que utilicemos bien y correctamente el término “democracia.”. La idea democrática de libertad, por ejemplo, no es dejar libre el paso a todos los abusos hasta caer en el libertinaje, sino que debe ajustarse al concepto de deberes y responsabilidades sociales que contrae la persona y que le obligan. La libertad no consiste en la ausencia de normas, sino que, por el contrario la garantía de la libertad radica en que los Estados se hagan respetar mediante la recta aplicación de la justicia, haciendo que se cumplan los reglamentos y leyes y que se castiguen a quienes las violen o incumplan: que es vivir conforme a derecho y en un estado de derecho.
El clima de inseguridad individual y colectiva que afecta actualmente al mundo, exige que, para combatirla, se adopten, se apliquen, se cumplan y respeten las medidas que contemplan las leyes para garantizar la vida y el bienestar de sus ciudadanos. Pasando por encima de consideraciones populistas que resultan funestas. De lo contrario, seguiremos viviendo bajo el imperio del salvajismo y el terrorismo, y que los únicos que gocen de seguridad sea quienes, impunes, mantienen a los demás en zozobra e inseguros.
Gisela Ortega es periodista.
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