Seis días, por Laureano Márquez
En la fatídica cuenta regresiva que llevamos en este periódico, hoy nos quedan seis días. Caigo en cuenta de que este podría ser mi último artículo. Cuando Teodoro Petkoff me llamó para que escribiera en TalCual, recuerdo que renuncié a otro diario en el que cobraba para venirme a escribir a este de gratis. Así ha funcionado nuestro periódico. No ha sido propiamente un negocio: ha sido alma y corazón, no solo para los colaboradores, que vivimos de otra cosa –porque, como decía Aquiles Nazoa, en este país el que escribe para comer ni come ni escribe–, sino también para los muchos que tienen a este diario como su fundamental fuente de ingreso y trabajo.
Nuestros trabajadores, nuestros periodistas y todos los que hacen posible que este diario llegue a sus manos estamos movidos por la esperanza, por el sueño de otro país de dignidad, respeto y tolerancia que nos parece deseable y posible. Para y por la libertad trabajamos y hemos soportado agresiones, multas y sanciones. Somos parte de una Venezuela honesta que existe y de la que nos sentimos orgullosos.
Esta columna apareció como espacio de humor. Aquí en estas páginas he aprendido demasiado sobre el humorismo. Este periódico me enseñó a comprometerme con mi país, a no escurrir el bulto, a ser responsable y sensato en mis opiniones y a escribir las mejores páginas de mi vida. Aquí en este recuadro de papel que usted tiene entre manos, lector, y que no tendrá el próximo viernes, aprendí a ser mejor persona, mejor ciudadano y mejor venezolano. Aquí constaté la veracidad de la contundente afirmación de Frank Brown cuando señala que una obra humorística es tanto mejor cuanto más se acerca a la seriedad.
Teodoro me dijo un día, con su peculiar estilo: «Mira, chico, yo tengo ganas un viernes de estos de agarrar uno de esos artículos tuyos y ponerlo de editorial». A las pocas semanas, esta columna de Humor en serio se convirtió en compromiso vital de cada viernes. Se fue enseriando mientras el país se ponía más cómico, mientras se nos aceleraba su disolución, hasta el punto, querido lector, de que usted ha llorado leyendo tanto como yo lo he hecho escribiendo, porque, como diría Juan de Dios Peza: ¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora! ¡Nadie en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor devora el alma llora cuando el rostro ríe! Tan serio se ha puesto el humor que, en nuestra última fiesta de Navidad, Teodoro me reclamó:
Pero bueno, chico, ¿qué te pasa que estás tan serio? Escribo este artículo desde Stavanger, Noruega. Nunca habría venido a esta ciudad a no ser porque cientos de venezolanos viven en «estavaina», como la llaman.
Son venezolanos brillantes, de un país brillante que no tenemos ahora, pero que tendremos algún día. Esta es una ciudad petrolera. Aquí los noruegos aman la lista Tascón, que tanta calidad humana les ha proporcionado, como en Aberdeen, Holanda, Calgary y cuanta urbe petrolera hay en el mundo.
Los venezolanos son respetados y queridos y se han adaptado a una ciudad en la cual una vez atracaron un banco y hasta se hizo una película sobre el hecho. Casualmente aquí leo que un buque parte de Argelia con la primera importación de petróleo en la historia venezolana y pienso que podría ser un buen tema para una columna de humor.
Les digo a los venezolanos que están afuera, angustiados, que hay esperanza, que ellos son colibríes que volverán volando a nuestra cálida Venezuela, a una industria petrolera que florecerá, a un país que necesitará de su excelencia para reconstruirse. Le doy esperanza a la gente, pero en verdad, como Garrik, cargo una tristeza por mi patria que no logro sacarme del alma.
Seis días, querido lector, pero siento que no nos callarán. Ya le buscaremos la vuelta al periódico, tal cual lo haremos con el país.