Ser Delivery en Caracas, por Tulio Ramírez
La necesidad obliga. Siempre ha sido así. Bailar con una hermana en una fiesta por falta de parejas no consanguíneas, es una de esas situaciones extremas por la que todo ser humano ha pasado alguna vez y yo no he sido la excepción. No lo niegue amigo lector, seguramente usted también ha experimentado esa experiencia cercana de tercer tipo.
Por supuesto, las situaciones varían. No todas son tan extremas como la anterior, pero la vida da muchas vueltas y con frecuencia nos hemos visto en el trance de aceptar algo que en condiciones normales nunca aceptaríamos. Buena parte de nuestros compatriotas en el exterior, pueden dar fe de lo que aquí digo.
Todos hemos conocido casos. Odontólogos trabajando de acomodadores en Walmart, Ingenieros petroleros vendiendo café en alguna esquina de Lima, Físicos sudando la gota gorda frente a una paila de aceite hirviendo, vendiendo empanadas en el malecón de Guayaquil, doctores (con doctorado), trabajando de conserjes en Madrid o psicólogos cobrando una miseria por sacar perros a hacer sus necesidades en las calles de Buenos Aires.
No es por gusto ni por “vivir una experiencia que me haga encontrar a mí mismo”, que estos compatriotas han decidido realizar trabajos para los cuales no están formados. La necesidad de escapar de un país que nada les garantiza, los llevó a asumir la determinación de “hacer cualquier cosa” en otras tierras. La necesidad obliga.
Recuerdo que en una cadena nacional el presidente se burló de la situación de estos venezolanos porque “prefirieron lavar pocetas en un país extranjero”. Luego los invitaba a retornar con la promesa de que disfrutarían de la política de pleno empleo impulsada por el socialismo boyante que impera en Venezuela.
Los que se fueron no solo sufren este infortunio, los que se quedaron no lo están pasando muy diferente. A muchos tuvieron que “inventarse una” (hoy lo llaman emprendeduría), para soportar la pela de los salarios miserables o la falta de empleo. Conocemos a profesionales con elevadísimas competencias en su especialidad, haciendo y vendiendo productos artesanales para no sucumbir. Eso explica tantos anuncios en las redes sobre Tortaburrera’s Diet, Majarete Fitness o Bienmesabe Low Calorie.
Otros, los más jóvenes, escogieron ser Delivery. Este oficio ha resurgido ante la escasez de gasolina. Digo resurgido porque, si bien es cierto que hoy es un boom en todo el mundo por la obligada cuarentena, también lo es el que durante los años 50 y 60 era común ver en Caracas a jóvenes en bicicleta distribuyendo productos a domicilio. Eran los llamados repartidores de abastos y farmacias.
Pero a diferencia de ayer, los Delivery de hoy son jóvenes preparados. En su mayoría son profesionales obligados a desempeñar esa dura labor por la falta de empleo. Puede parecer hasta divertido este oficio, pero andar en bicicleta en esta Caracas de alta criminalidad, con urbanizaciones ubicadas en lo que antes eran cerros vírgenes no es ningún paseo dominical.
Lo digo porque en la subida que conduce a mi casa, unos 6 kilómetros bien empinados, observé a un joven con una camiseta azul con un “Telopongoenlapuerta.com” en el ´pecho. Llevaba una enorme caja colgada en la espalda y una bicicleta al hombro con un caucho espichado. El pobre debía hacer la entrega acordada, no había de otra. Lo monté en la camioneta y le di un buen empujón. El chamo, además de las gracias, me dejó una tarjeta de presentación. Al llegar a casa y detallarla leí su nombre, un poco más abajo se veía una leyenda que decía, Biólogo Marino. Definitivamente la necesidad obliga.
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