Ser niño, pobre y estudiar en Venezuela, por Ariadna García
Algo que me abruma de la crisis venezolana es la magnitud de la pobreza. Crecí en una familia pobre, en un pueblo bastante pequeño del estado Yaracuy, donde casi todo el mundo tenía las mismas posibilidades. Tuve la dicha de conocer cada municipio, gracias a la agrupación de danza a la que pertenecía en ese entonces.
En esa época (2001-2005) visitamos zonas rurales, poblaciones muy vulnerables y jamás vi lo que me cruzo hoy. En Guama, Urachiche, Chivacoa, Yaritagua, Arístides Bastidas, etc; recuerdo niños con parásitos, hidrocefálea, quizá algún tipo de desnutrición, pero no eran la mayoría. Eran casos puntuales.
Nunca vi tanta miseria, nunca vi tanto sufrimiento, nunca vi tantos pequeños desnutridos como los que me consigo ahora en las calles de Caracas. Lo sé por sus cabellos amarillentos que delatan la malnutrición
Recuerdo la alimentación del comedor de mi escuela (1996-1998), era rica, saludable, regular. No hubo un día que el comedor no funcionara. Era una escuela pública. Solo una vez tuvimos un caso de un niño que no llevaba desayuno y lo supimos porque un día se desmayó. Esa tarde llegué a contárselo a mi mamá. Ella y otras madres, en más de una oportunidad le mandaron comida con nosotros. Se trataba de un señor de Caracas con dos hijos que había perdido a su esposa y no les iba muy bien. No sé qué pasó con ellos, pero esa historia jamás la olvidé.
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Las casas de mi pueblo no eran llamativas. La gente no tenía grandes lujos, pero nunca faltaba: caraotas, pasta, arroz, queso blanco, huevos, azúcar, pan y café. No recuerdo a ningún vecino paliducho, ni mal alimentado. No nos tocó acostarnos sin comer y éramos pobres.
A mí mi mamá me enseñó que uno debía ir a la escuela así fuera con los zapatos rotos. A pesar de las carencias, los útiles nunca faltaron. La cartuchera, los lápices, los cuadernos, siempre estuvieron allí. El futuro no era lejano. Llegar a la universidad no era imposible en esa Venezuela sin Chávez.
Miro atrás y veo esa niña yendo a su escuela en Yaracuy, esa niña que logró llegar a la universidad. Esa niña que tuvo oportunidades para formarse y salir de la pobreza.
Veo el panorama hoy y sé que los niños pobres como yo, no tendrán comida en sus escuelas, ni en sus casas. Que no habrá morrales, ni lápices, ni cartucheras, mucho menos zapatos. Hoy todos ellos no tienen las oportunidades que nosotros tuvimos. Es más, ellos hoy ya ni siquiera van a la escuela. No pueden. El morral tricolor quedó para cargar alimentos en largas colas, pero no para ir a las aulas. Estudiar, educar, formarse, no es una prioridad en revolución