Ser periodistas, ¿hasta cuándo?, por Rafael A. Sanabria Martínez
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“La verdad es que no hay verdad”
Pablo Neruda
Qué es un periodista y hasta cuándo seguirá siéndolo, por lo menos como creemos conocerlo en la actualidad, es una incógnita. Los periodistas en Venezuela eran hasta mediados del siglo pasado intelectuales que tomaban el oficio… hasta nuevo aviso. Inició entonces en la universidad la nueva carrera de Comunicación Social, con la garantía formativa y buen rango la flamante carrera.
El pénsum seguido los capacitó humanísticamente y les dio la destreza del lenguaje. Pero con las nuevas tecnologías se amenaza la profesión con un silente «o corren o se encaraman». Las vetustas instituciones que sacan cada día ingentes cantidades de periódicos a la calle, habitan grandes moles físicas, con mucho personal laborando, moviendo buenas sumas de dinero y siendo fuentes básicas de generación de «opinión pública», prestigio y –por supuesto– poder, están en alerta, simulando no sentirse en peligro. Porque ahora el gran publico, todo el mundo, es en mayor o menor grado pseudo periodistas actuando a la libre. Como guerrilleros de la comunicación. Para acercarnos a la verdad o quizá para alejarnos más.
Los nuevos periodistas de hecho son todos. Y cómo prohibirlos cuando el eslogan de los periodistas ha sido la lucha por la libertad de expresión, el paradigma máximo de la libertad a secas. Esta avalancha de informadores que se meten en nuestros teléfonos y tablets suelen ser atractivos, tocar temas novedosos e interesantes, apuntan a la complicidad, a los profundos valores, a la información que necesitamos, a la economía, a tratar con la pareja o los últimos tiros de cualquier guerra. Al contrario de los periódicos, los nuevos medios virtuales son económicos, su producción es continua e ininterrumpida, tiene enorme multitud de fuentes y es gratis.
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Adicionalmente hay un factor que se nos pasa inadvertido, el teléfono es un instrumento que se nos ha hecho indispensable en materia de seguridad y es la vía por la cual estamos en contacto con nuestros seres queridos de manera permanente. Así, ese aparato maravilla también ha ganado un sitio en nuestra intimidad de afectos. Y es por él mismo canal «querido» que nos llega multitud de información y noticias, verdaderas o falsas, pero con un punto afectivo más.
En reciente conversatorio sobre «El rol del periodista en el siglo XXI frente a las nuevas tecnologías», con motivo del Día del Periodista, se planteaba la situación de este reto. En cómo enfrentar la situación, no ya para proteger a unos posibles futuros desplazados de su medio de vida, no es esa la intención, sino la de adecuar a todos los involucrados, para cumplir con un deber social en beneficio de la ciudadanía.
En quizá la mejor universidad del mundo en el área de las artes gráficas, que imparte formación en desde gerenciar un periódico y el mantenimiento de una rotativa hasta la composición de la tinta, el «qué traerá el futuro» ha sido una incógnita a resolver. El profesor Edmund C. Arnold (autor de Designing the Total Newpaper), en su cátedra preguntaba a sus alumnos, en los años 80, cómo veían el futuro. El gurú pedía una luz a los más jóvenes. Para estar al día y también por el vago temor a lo que vendría. Pero nadie acertó con la realidad que devino. Solo queda formar en todas las técnicas relacionadas, para que el nuevo periodista esté preparado ante los nuevos medios, alerta siempre, consciente que el aprendizaje es una tarea diaria.
El periodista ve lo que ha pasado, analiza la situación y debe entrever lo que vendrá. Para eso está, o debería estar, formado. No solo es contar lo que se ve sino decir lo que no se ve aún. Servir cual lazarillo para sus lectores, intentar guiarlos. Pero con tales cambios quizás él tampoco puede ver adelante. Entonces es el peligro de que periodistas y quienes le siguen tomados de la mano caigan en errores.
Sigue la incógnita de ante tantas voces dispares conocer qué pasará, no ya con los periodistas sino con la información veraz. Ya antes, con la conformación de cadenas periodísticas, con monopolios multimedios e internacionales de la información, convertidos en fuertes factores de poder, la veracidad de la información y la libertad de comunicación queda en entredicho. El poder y la libre expresión están contrapuestos, deben buscar el equilibrio en platos diferentes de la balanza. Se oye una locura de voces, algunas parcializadas, dedicadas a vender un producto o una idea particular a costa de la verdad.
Esta vorágine de factores y movimientos amenazan el delgado equilibrio que mantiene a la ciudadanía informada (y conforme con la información recibida). Se vislumbra un cambio más profundo que el de la relación entre medios formales (impresos y audiovisuales) y la población gozosa y difusa (por internet). La duda es si la libertad de expresión no debe ser a su vez equilibrada, porque hace más de dos siglos cuando Rosseau apuntaba a los límites inalienables del ser humano los retos eran otros.
Ahora debemos establecer el derecho de cada persona a no ser engañada. Eso plantea la pregunta sin fondo de qué es el engaño, qué la mentira y la verdad. Sí encontramos verdades tangibles y embustes demostrables. También hay mentiras por omisión y por ignorancia, por transmitir de buena fe una información falsa. Lo más importante, hay mentiras construidas en fábricas de lo falso, hay confabulaciones para engañar con propósitos e intereses definidos, y funestos. Y debería ser tipificado como delito.
Hay que normar un equilibrio entre la libertad de expresión y el derecho del ciudadano a no ser engañado. Aunque ambas cosas están del mismo lado: de la democracia.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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