Ser soldado, por Laureano Márquez
Desde muy temprana edad, con la triste historia del soldadito de plomo, uno sabe de la infortunada vida que lleva quien toma el camino de las armas. La canción de Mambrú, el que se fue a la guerra, nos habla del dolor y la pena que produce el no saber cuándo vendrá, y otra de la valentía del soldadito español. También hay algunas historias de grandezas, como la que refiere aquella inscripción que —cuentan los que han ido— se encuentra en el paso de las Termópilas y que dice: “extranjero que pasas: di a Esparta que aquí yacemos por obedecer sus leyes”, cosa que en efecto hicieron los guerreros espartanos, y ninguno era trisoleado.
De niño solía jugar con soldados, armaba batallones y conquistaba colinas. Conforme fui creciendo, se me hizo cada vez más incomprensible ese oficio que siempre nos ha sido vendido como el más excelso modo de servir a la patria. Me parece que la obediencia ciega está reñida con el pensamiento y la libertad indispensable para el ejercicio de la ética, y eso de que la profesión de uno tenga que ver, en última instancia, con quitarle la vida a otros, no termina de convencerme. Soy, pues, lo que llaman un objetor de conciencia: No me agradan las armas, ni creo que nadie tiene derecho a arrebatarle la vida a otro, a meterle 300 perdigones en el cuerpo, ni a arrastrarle por los cabellos por las calles de la ciudad.
Chaplin, en el memorable discurso final de El Gran Dictador, dijo: “¡Soldados! ¡No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os esclavizan, que gobiernan vuestras vidas; decidles lo que hay que hacer, lo que hay que pensar y lo que hay que sentir! Que os obligan a hacer la instrucción, que os tienen a media ración, que os tratan como ganado y que os utilizan como carne de cañón. ¡No os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquinas con inteligencia y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados! … !Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud, luchad por la libertad!…” En esta Venezuela de cada vez mayor esclavitud y servilismo, tomar el camino de las armas contempla, adicionalmente, el riesgo de que tus superiores te asesinen: soldados con “quemaduras leves” pierden la vida, sin que nadie investigue ni explique. Un muchacho que no sabe nadar muere mientras realiza “prácticas de natación” en un estanque de aguas putrefactas.
Otro muere en extrañas circunstancias, sin que nadie sea investigado por ello, sin que ninguna institución del Estado se dé por aludida.
Lo que sucede con los soldados da cuenta de la crueldad de nuestros cuarteleros, que tampoco es nueva, y debería ser un toque de diana para aquellos que todavía ven en la intervención de la Fuerza Armada la salida a la grave crisis por la que atraviesa el país, sin caer en cuenta de que es más bien su excesivo protagonismo en esta coyuntura, uno de nuestros grandes males.
No sé si es por toda la tragedia de ver a estos soldados pobres, pueblo en armas que llaman, miserablemente asesinados, que me ha estado rondando en estos días una frase de esas que permanecen siempre vigilantes en las garitas del alma, para que ésta nunca se duerma cuando tiene que hacer guardia, y que no recuerdo a quién escuché: “Dichosa la madre costarricense, porque cuando trae a un hijo al mundo tiene la certeza de que nunca será soldado”.