Shapiro en el CNE, por Simón Boccanegra
La verdad es que la visita del embajador de Estados Unidos al CNE fue precipitada y prematura. Habría podido esperar un poco más e, incluso, abstenerse de ir. Esa visita no era necesaria. Porque la historia de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina está plagada de intervenciones de la gran potencia –abiertas o solapadas–, y a sus embajadores no es difícil atribuirles, con razón muchas veces, o sin ella, la condición de procónsules imperiales. La sensibilidad nacionalista de nuestros países tiene una razón histórica que la legitima y constituye un grave error darle a cualquier gobernante inescrupuloso y en problemas la posibilidad de refugiarse en el burladero nacionalista para avivar las brasas de un desfalleciente respaldo popular. Chávez no iba a pelar ese boche y en efecto no lo peló, pero como con todo lo que le es propio, lo hizo con desmesura, no sólo dando a la visita de Shapiro una significación mayor de la que tuvo, sino pretendiendo regañar impertinente y públicamente al presidente del CNE, quien afortunadamente le salió respondón.