Sí, Luis; por Laureano Márquez

Decía Cervantes, ya que estamos en el cuarto centenario del Quijote, lo siguiente: “Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”.
En otras palabras, Luis: está bien que jodas (bueno, no está bien, pero eso en nuestro país no importa), mas no te ensañes, no le añadas la burlita, que es como mucho. Porque aquí todo el mundo sabe para qué era la lista, y lo sabe muy especialmente la gente que la usaba, que te va agarrar mucha arrechera al pensar que estás tratando de lavarte las manos y echarles el muerto a ellos. También se va a indignar en demasía la gente que fue víctima de la susobicha, que ya había ido superando el trauma de ser castigada por sus opiniones políticas y esta actitud tuya les reaviva las heridas, recordándoles las vilezas de que fueron objeto.
Se entiende que te sientas en la obligación de deslindarte de ti mismo, no vaya a ser que los que están por encima te agarren como chivo expiatorio y te metan en tu propia lista de excluidos. Se comprende también que una pesada carga agobie tu conciencia y te veas forzado a articular el discurso que expones, fundamentalmente para convencerte a ti mismo. Eso es natural, todos lo hacemos en mayor o menor medida, aunque varíe la magnitud de la carga, que no siempre alcanza el volumen de la que tú arrastras. Pero hay que ser más sutil, Luis: no puedes andar pidiéndole a la gente que te denuncie a ti contigo. Imagínate, para verlo con un ejemplo, a Poncio Pilatos paseándose por el Gólgota frente a Jesús y preguntándole: “Chico, Jesús, ¿quién te hizo eso, vale? ¡Sinceramente, qué descaro!… Mira cómo estás sangrando… ¿Pero quién fue el salvaje?… Tan pronto te desocupes ponme la denuncia allá en palacio… ¿oíste?” ¿Verdad que no cabe, Luis?
Más te vale quedarte calladito, que en este país por suerte todo pasa y se olvida y de este bien sacamos todos provecho. Que viene una periodista y te espeta: “Diputado: se dice que miles de personas han perdido el trabajo a causa del uso de su lista”, pues tú no respondes, desvía la atención, observa cómo hace el jefe con las preguntas incómodas: “¿Tú eres periodista?… ¿De qué universidad?… chica pero tú eres muy bonita para andar haciendo esas preguntas tan necias… La culpa no es tuya sino del que te mandó… Tú dices que ‘se dice’… ¿SEDICE no es el grupo éste de los neoliberalistas salvajes?… ja, ja, ja.” Aquí sigues el esquema amedrentamineto-halago machista-descalificación-chiste. No falla, es como la secuencia de Fibonacci. También puedes hacer como los poetas que se niegan a declarar a la prensa porque no confían en el trabajo que allí se realiza. Quedas como un caballero, no te metes en problemas y siempre dejas abierta la posibilidad de una explicación futura si la cosa se pone peluda in extremis. No quemes de primero el cartucho del cinismo, para que la gente al oír tus explicaciones no comente –unos abiertamente y otros en su corazón- “sí, Luis”.